De una cumbre en la que participan más de 60 naciones no se esperan grandes declaraciones conjuntas. Pero de una cumbre en la que participa la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), lo único que se espera es que las diferencias entre las posiciones de los mandatarios sean mínimas. Es más, el máximo deseo es que se sienten todos los presidentes en una solo mesa. Pensar en acuerdos significaría desmontar las barreras de entrada de Mercosur, Alianza del Pacífico o ALBA, por mencionar tres modelos regionales disímbolos entre ellos.
La violación de los derechos humanos cometida por Nicolás Maduro no podían ser abordada en Bruselas por el tamaño de las barbas que los mandatarios latinoamericanos tendrían que remojar. Sin embargo, resulta vergonzoso que el tema de los derechos humanos se convierta en algo impronunciable entre los miembros de la CELAC bajo la complicidad de las 28 naciones de la Unión Europea.
Por lo anterior, las declaraciones conjuntas entre los dos bloques formaron parte de una narrativa poética. Y es que la diplomacia y la poesía se cruzan en la abstracción. Por ejemplo, en los lugares comunes acuden las buenas intenciones de los jefes de Estado como rechazar al terrorismo y mostrar su preocupación por los problemas de la migración, que tiene unas “causas profundas” y requiere “soluciones globales”. ¿Quién no quiere, con la excepción del expresidente Álvaro Uribe, la paz en Colombia y la desaparición de las FARC?
En efecto, ayer en Bruselas, el ecuatoriano Rafael Correa hizo un papelón en su presidencia pro témpore evitando tocar el tema de Venezuela. Su canciller, Ricardo Patiño (quien por cierto es un profundo enamorado de México) advirtió durante el preámbulo de la reunión que de ninguna manera tocaría el tema del momento. Así, CELAC decidió llevar a pie de página del documento final a través de una leve referencia sobre el caso venezolano.
No hay nada más difícil que preparar la agenda para la cumbre CELAC-Unión Europea; sólo un poeta logra descifrar la fotografía.