Barack Obama ya vivió su 11 de septiembre. Sucede en el momento en que el presidente de Estados Unidos comienza a quedarse solo. Su poder no sólo tiene fecha de caducidad sino que la fecha se acerca. Los propios congresistas demócratas así lo dejaron ver la semana pasada cuando le amarraron las manos para negociar acuerdos comerciales.
El camino que recorrió ayer, de su despacho hacia la sala de conferencias de la Casa Blanca, quizá fue el más triste de los realizados durante los siete años de sus dos gobiernos.
No fueron los tres mil cuerpos los que perdieron la vida la noche del miércoles en una histórica iglesia metodista en Charleston, Carolina del Sur, ni tampoco el mundo observó en las pantallas de sus teléfonos celulares, en tiempo real, un conjunto de imágenes espectaculares, que como bien escribió Baudrillard en 2001, ya habían sido observadas con anterioridad en algunas producciones hollywoodenses. La sensación, dijo Baudrillard, es la de un déjà vu.
El único rasgo que se presentó en las dos tragedias es el odio. El del 11S de 2001 fue exógeno, es decir, detonado por una brutal respuesta hacia la política exterior de Estados Unidos (según Bin Laden). La tragedia de Charleston, para Obama, es más dolorosa porque es endógena, producto de una ruptura en la asimilación cultural de las mal llamadas minorías. En una democracia superlativa ya no podría tolerarse el fraseo con el que se dimensiona el peso cultural aportado por un segmento de población con características culturales o raciales similares.
Lo ocurrido en Charleston dinamita el objetivo primigenio de Obama: no gobernar para una minoría sino al conjunto que conforma un país. Y así, Obama fue presenciando la racha de los disparos de policías blancos a gente negra. Pero lo de Charleston es otra historia.
Dylann Roof, el asesino de los nueve de la iglesia en Charleston, presenta un pequeño componente similar al de los asesinos de Charlie Hebdó. “Tengo que hacerlo (…) violaron a nuestras mujeres y están tomando nuestro país” (Agencia EFE), reveló un testigo de la escena. Si bien es cierto que Alá no estuvo presente en la “justificación” de Roof, el crimen en el interior de un espacio religioso agrega al contexto una variable que describe el grado de intolerancia temática, es decir, religiosa. Un centro de oración para negros.
Obama, con el rostro de un personaje solitario que también se siente atravesado por la tragedia, reveló que el suceso forma parte de la historia “oscura” de Estados Unidos. Donde pudimos comprobar que se trataba de Barack Obama y no del presidente fue cuando mencionó lo siguiente: “Seamos claros. En algún momento, como país, tendremos que considerar el hecho de que este tipo de violencia masiva no sucede en otras naciones avanzadas. No sucede en otros lugares con esta frecuencia”.
Por primera ocasión en siete años Obama configura un marco comparativo en el que su país es “derrotado” por otras democracias avanzadas. Algo sucede con los rasgos culturales de la muerte, es decir, del uso de armas como si se tratara de bicicletas o balones de futbol: “Sí sabemos, una vez más, que personas inocentes fueron asesinadas en parte porque alguien que quería hacer daño no tuvo problemas en conseguir una arma”, enfatizó con desaliento Obama.
El discurso de ayer fue el más auténtico que haya leído Obama. Repito, por momentos transmitía el mensaje de que su 11S le afecta no por ser presidente sino por ser afroamericano. Su templanza le impide, quizá, revelar palabras de hartazgo sobre el odio étnico. Sobre aquellos que intentan sabotear a una democracia multicultural, y por ende, (tendría que ser) híper tolerante. Pero sabemos, y ayer lo confirmó Obama, que no lo es.
Las palabras que conquistaron el discurso de Obama fueron: tristeza, indignación, tragedia, particularmente desgarradora, consuelo y paz. Pero la que dibujó sus coordenadas fue: frustración.
Y sí, no es el Obamacare o las medidas ejecutivas en materia de inmigración; tampoco será el posible fast track que le ayudará a sortear su soledad en las dos cámaras los hitos frustrantes durante sus ocho años de gobierno. Será la frustración de haber sido presidente durante momentos de intolerancia racial descontrolada.
Lo de Charleston, el 11S para Obama. Su día más triste.