Mariano Rajoy sí, el presidente de España, le ha dado la espalda a Cataluña durante casi cuatro años y ahora, que está a seis meses de dejar el poder, todo indica que en 96 días la autonomía catalana celebrará unas elecciones plebiscitarias sobre la independencia de España.
Tres elementos macro revelan, como una pequeña muestra, el impacto del hipotético desgajo: Cataluña aporta 20% del PIB español, recibe casi el doble de turistas que los que arriban a Madrid (7.6 millones anuales frente a poco más de cuatro millones) y tiene en el F.C. Barcelona una marca potente en el mundo del soft power (si el equipo de futbol abandona la Liga BBV, las cotizaciones de los contratos de televisión descenderían sensiblemente y las externalidades positivas de la liga también caerían).
A Rajoy se le atraviesa un verano caliente porque a las elecciones catalanas del 27 de septiembre se les tienen que agregar varios desplazamientos en su tablero de ajedrez. Por ejemplo, la fisura en el bipartidismo. A su acostumbrado enemigo, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), se han sumado dos formaciones: Podemos (nueva) y Ciudadanos (creada en Barcelona hace ya una década pero desdoblándose por todo el país desde las elecciones europeas del año pasado, y sobre todo, de las municipales del mes pasado), y no sólo ellas, también los brazos políticos del movimiento Indignados. En esta categoría tenemos las recientes victorias en las alcaldías de Madrid y Barcelona; Manuela Carmena y Ada Colau (otrora cabeza del movimiento contra los embargos de casas habitación), respectivamente.
En los últimos tres años y medio España tiene un rostro político radicalmente diferente; parece que fueron 10 o 15 años los que han pasado a lo largo de mil 277 días.
Rebobinando el problema nos toparemos con el 25 de abril de 2006, cuando el hoy presidente dirigía las riendas del Partido Popular (PP); esa mañana se hizo fotografiar afuera del Congreso, en Madrid, a lado de decenas de cajas que guardaban supuestos cuatro millones de votos en contra del Estatuto catalán (una especie de Constitución autonómica). Nueve años después, el PP es partido menos votado en Cataluña y el presidente autonómico Artur Mas ya anunció que el único eje transversal que cruzará las urnas del 27 de septiembre será el plebiscitario: si o no a la independencia. Es decir, las clásicas ideologías de izquierda y derecha quedarán al margen.
Pues bien, en 2006 Rajoy tuvo la idea de salir a las calles para presionar al Tribunal Constitucional para que echara abajo el Estatuto, mismo que fue aprobado en Cataluña por tres vías: en las calles a través de un referéndum, en el Congreso por mayoría absoluta y en los tribunales catalanes.
El segundo tour de force ocurrió el 11 de septiembre de 2012, en la celebración de la Diada (celebración máxima del nacionalismo catalán). El presidente Rajoy no cumplía un año en el poder y poco más del millón de catalanes salieron a calles barcelonesas para pedir más autonomía e inclusive, miles de ellos exigieron la independencia. El día después, el presidente Artur Mas centralizó en su poder el éxito de los ciudadanos. Error. Adelantó elecciones pensando en la obtención de la mayoría absoluta y, en diciembre, su coalición Convergencia i Unió perdió escaños. Para continuar gobernando tuvo que aliarse… con un partido independentista, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
Desgastado por el híbrido contra natura (CiU gravitando en la derecha empresarial y ERC entre los de la izquierda soberanista), Artur Mas acaba de anunciar el divorcio con su socio Unió (que no estuvo de acuerdo con la independencia), y algo más, que Convergencia no acudirá como partido a las urnas, lo hará mediante una lista ciudadana (vector transversal).
Y mientras tanto, en el mundo de Rajoy no pasa nada.