El espionaje se ha convertido en el lenguaje global. Dejó de ser excepción gracias a la revolución tecnológica.
De los sectores político y periodístico ha saltado al lúdico. Google, Facebook, Twitter y Apple, entre otras marcas privadas, han colaborado puntualmente con las peticiones de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), el ente que ha destronado al FBI y la CIA en el mainstream del espionaje.
El miércoles, día en que el presidente francés y su ministro del Interior salieron a darle un pellizco de monja a Estados Unidos por las recientes revelaciones de Wikileaks, con las que se da a conocer que los presidentes Chirac, Sarkozy y Hollande fueron espiados por Washington, la Asamblea Nacional francesa aprobaba una nueva ley sobre servicios secretos que permite el rastreo masivo de datos telefónicos y cibernéticos sin control judicial. Así, empresas como Twitter deberán de poner a disposición de Francia unas cajas negras sin límites de caracteres. Se trata del legado en vida que millones de tuiteros cederán al Estado francés; panteones de tuits vivos.
Desde que Hillary Clinton ocupaba la secretaría de Estado un nuevo tipo de protocolo lo podemos ver en cada ocasión en el que conocemos nuevos casos de espionaje. De Peña Nieto a Merkel pasando por Hollande los pellizcos de monja son los mismos: “Hechos inaceptables (…) no se tolerará nunca ninguna artimaña”, dijo Hollande el miércoles. Manuel Valls le hizo segunda: “Muy grave y anormal entre Estados democráticos aliados (…) No es legítimo”.
Barack Obama le tuvo que haber avisado a Hollande, desde que éste ganó las elecciones, mayo 2012, que entre las filtraciones de Wikileaks se encontraba un archivo francés. Es imposible que no lo hiciera porque desde 2007-2008 la página de Julian Assange comenzó a revelar despachos diplomáticos. De no haberlo hecho, la recriminación de Hollande tendría que haber sido con mayúsculas y no a través de una pobre retórica. Assange asegura que vienen más revelaciones. Obama sabe de qué se tratan.
Por lo que toca al Presidente mexicano, prometió abrir una investigación sobre el espionaje que le hizo Washington cuando era candidato presidencial. A la fecha, la investigación sigue abierta y seguirá durante los próximos dos siglos. Tampoco olvidemos a Merkel, quien también recurrió al protocolo de la indignación para tranquilizar a los ciudadanos alemanes; el Parlamento también abrió una investigación sobre el caso pero, desde que se confirmó recientemente que Merkel colabora con la NSA para espiar a la Unión Europea y a Viena, pocos son los diputados demócratas cristianos que continúan molestos.
El caso Snowden ha sido uno de los tres golpes más duros que ha recibido el presidente Obama durante los siete años que lleva habitando la Casa Blanca, racismo y armas son los otros dos ejes con los que no ha podido hacer absolutamente nada.
La ventaja para el presidente de Estados Unidos es que el nuevo lenguaje global es el espionaje. Los nodos de espionaje supranacional se multiplican. Las aportaciones tecnológicas han fortalecido la idea de que quien no espía es porque es tonto.
El espionaje lúdico-perverso revela conversaciones privadas, descubre chats en WhatsApp incómodos, produce rupturas entre parejas, revela videos escatológicos, y en general, colabora a formar una atmósfera global cuyo ornamento estético es la inseguridad.
La ansiedad del tiempo real incentiva romper las asimetrías de información. La NSA no está sola. El régimen oclocrático también ha logrado llevar a su Constitución el derecho al espionaje.
Que no nos sorprenda ver a presidentes llevarse las manos a la cabeza; que no prometan la apertura de investigaciones. Lo saben. Y nosotros también.