La pasarela de hombre, acostumbrada a menos vaivenes que la femenina, cierra su calendario con prendas que apuestan por el imaginario adolescente y una tendencia, cada vez más sólida, que desdibuja la frontera con el armario de mujer, sin prejuicios ni tabúes.

 

Algo ha cambiado súbitamente en el sector de moda masculina. Hace unas semana la feria Pitti Uomo, una de las más importantes de moda masculina, eliminaba su espacio dedicado a moda de mujer y lo transformó en “Open”, un espacio dedicado a moda sin género, poblado de prendas destinados a ambos sexos.

 

Nomuylejos, en Reino Unido, los almacenes Selfridge lanzaron a principios de este año “Agender”, un departamento que congrega a las cada vez más numerosas firmas que confeccionan prendas que no entiende de género, solo de moda.

 

En un sector habituado a las tendencias de quince minutos, estos movimientos no son baladíes. Si la pasarela de moda femenina siempre fue un campo de batalla en el que todo vale; la masculina se permite esta temporada ampliar sus límites y atreverse con los códigos de vestimenta mujer.

 

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Foto: EFE

 

 

¿Hombre o mujer?

 

Este movimiento lleva gestándose tiempo en los círculos más vanguardistas, pero ha sido la firma italiana Gucci la que se ha decidido a llevarla a la pasarela, a manos del desconocido Alessandro Michele, que ha borrado casi ha borrado el género de sus dos últimas colección.

 

Superado el primer “shock” del público, Michele ha convertido a la firma italiana en la punta de lanza del género indefinido. Sus modelos, hombres y mujeres, de aspecto tan andrógino que a veces es imposible su definición, han mostrado prendas casi idénticas.

 

Trajes chaqueta pantalón de patrón ancho con aires setenteros que borra toda diferencia de silueta; camisetas de punto, lazos y flores al cuello, de inspiración romántica, todo ello regado de estampados florales, han luchado durante la Semana de Milán por hacerse un hueco en el armario del hombre.

 

Foto: EFE

 

 

Más sorprendentes aún para una pasarela masculina, zapatos con pelo, maxibolsos, grandes lazos y broches de plantas al cuello (Michele parece odiar la corbata), seguido de vaporosas sedas, livianos encajes y punto crochet en gorros, camisas y pantaloncitos que parecían minifaldas.

 

Michele ha hecho una declaración de intenciones muy precisa sobre su ideal de belleza. De hecho, el lo define de este modo, como belleza en estado puro, que nada tiene que ver con género, sino con la estética.

 

“Este es mi lenguaje, no puedo hablar otro idioma. Esto es lo que yo veo”, señaló en declaraciones a la revista i-D poco antes de su último desfile, la semana pasada en París.

 

Moda en estado puro

 

Foto: EFE

 

 

No es la primera vez que un diseñador entona este tipo de discurso. Uno de los pioneros, aunque con mucho menos ruido mediático, fue J.W. Anderson, el joven director creativo de Loewe, que hace dos temporadas puso a desfilar a la vetusta casa española por el camino de la androginia.

 

Inspirada en el Mediterráneo, el joven creador dispuso una colección regada con una alta dosis de ambigüedad, hombres y mujeres apenas se diferenciaban con una silueta de pantalones pesqueros anchos, camisas amplias y bufandas hasta los pies que ocultaban cualquier curva.

 

No es el único, a este movimiento se han sumado talentos como Anne Demeulemeester y Haider Ackermann, y otros que coquetean con esta estética sin meterse de lleno.

 

Raf Simmons ideó una propuesta masculina para la próxima temporada que coquetea con la estética infantil y la identidad femenina en piezas como un jersey de corto imposible y un bolso de tamaño descomunal, acompañado por cadenas imposibles.

 

Foto: EFE

 

 

En un guiño a la moda sin fronteras, Ricardo Tisci llenó el desfile de Givenchy de trajes sastre, en el que el pantalón aparecía sustituido por la falda, y en el que los modelos masculinos se intercalaron con mujeres como Naomi Campbell o Kendall Jenner.

 

Una propuesta que adentra al hombre en el armario de mujer y que ha sorprendido a muchos, si no fuera porque la mitad de los hombres del planeta llevan falda, tal y como solía decir el diseñador Miguel Adrover, que conquistó la pasarela de Nueva York en los noventa.