Ese duopolio y esa hegemonía fueron tan longevos, que nos cuesta asimilar que de pronto hayan terminado.
Por tercer torneo de Grand Slam consecutivo, Rafael Nadal ha caído sin alcanzar la ronda Semifinal; más aun, esta vez lo ha hecho en plenos Octavos de Final a manos del clasificado 102 del mundo. Desde su consagración en mayo de 2005, cuando conquistó el Abierto de Francia por primera vez, esta es la peor racha que ha experimentado el tenista mallorquín, al hilar cinco certámenes grandes sin corona, en los que comienza a ser común verlo fuera en etapas iniciales.
Nada que recriminar al tipo más exitoso que jamás ha habido sobre arcilla, al más laureado raquetista de la década pasada, al segundo más ganador en todos los tiempos, igualado con Pete Sampras (14 títulos) y sólo detrás de Roger Federer (17).
No es que Nadal esté viejo; tiene 29 años y su disciplina, trabajo, hambre, han sido ejemplares; es, simplemente, que la temporada ATP resulta exhaustiva y termina por generar un desgaste crónico en sus competidores. Tres años atrás, el propio Rafael lanzaba este dardo a Roger Federer, en aquel momento presidente del consejo de tenistas: “Estoy en desacuerdo con él. Es muy fácil decir yo no digo nada, todo es positivo y quedo como un gentleman, y que se quemen los demás.
La vasta mayoría de los jugadores tiene esta misma opinión y Federer una distinta, y si una vasta mayoría tiene la misma opinión y una minoría piensa diferente, quizá esta última está equivocada. Igual él acaba su carrera como una rosa porque tiene un físico privilegiado, pero ni Murray, ni Djokovic ni yo acabaremos como rositas. ¿A qué edad vamos a acabar nosotros en el tenis? ¿A los 28, 29 ó 30? Luego te queda mucha vida por delante y es importante también cómo estés físicamente, ahora tengo miedo de que entonces no podré ir a jugar con mis amigos al futbol o a esquiar. Terminar tu carrera con dolor en todos los sitios del cuerpo no es positivo”.
Esos achaques, esas crisis en músculos y articulaciones, esos temores a no llegar vigente a los 30 años, hoy son una realidad. Nadal lleva desde 2012 padeciendo ciclos de lesión-rehabilitación y nadie piensa que siga siendo el mismo. En cierto momento pareció inminente que alcanzaría el récord de Federer de 17 Grand Slams, lo cual hoy parece poco menos que viable.
Federer, a su vez, es cuatro años mayor (en agosto cumplirá 34), pero como declaraba Rafa en aquella polémica, posee un físico más benévolo, acaso por la naturalidad de sus movimientos, contrastada con la fricción que supone la técnica de Nadal. Cada vez luce más remoto que Roger engrose su listado de grandes títulos (este Wimbledon, donde se ha visto muy bien, tendría que ser de sus últimas bazas), y a eso debe añadirse un dato: que apenas cuatro tenistas se coronaron en uno de los cuatro grandes siendo mayores que Roger, todos ellos en los años 70, cuando había un tenis menos físico que el actual.
Esto nos permite dejar zanjado un tema: por si alguien lo dudaba, el duopolio ha terminado e incluso queda a unos buenos años en el pasado; aquella época en la que dirimían cada final en épicas batallas, caducó; su compartida hegemonía se ha transformado en un circuito más parejo (con el dominio máximo de Novak Djokovic) y con mayor cantidad de contendientes.
Nadal está fuera otra vez a las primeras de cambio. Roger ahí sigue en una de sus últimas ocasiones, al ser Wimbledon, en específico, su torneo. Ni mejor ni peor, pero ya no es lo mismo en la ATP.