RÍO DE JANEIRO. Está amaneciendo y niños descalzos marchan cuesta abajo por las inclinadas callejuelas de las favelas de Río de Janeiro con sus tablas de surf bajo el brazo. Van a las playas de Sao Conrado y Arpoador, cerca de donde viven, para tomar olas y dejar atrás por un momento sus vidas en la pobreza.
Los más pequeños utilizan tablas de espuma rosas, amarillas y verde neón, mientras los adolescentes se ajustan las correas de sus tablas de surf más cortas y resistentes al tobillo antes salir remando alegremente hacia las olas.
Hasta hace no mucho, muchos de estos niños pedían en las calles o entraban en el mundo delictivo, pero dos escuelas de surf que atienden a los jóvenes del mayor barrio marginal de Río, Rocinha, han ayudado a cambiar eso.
Marcio da Silva fundó hace algunos años la Asociación de Surf de Rocinha y cientos de niños han pasado por su escuela, a la que mantiene a base de donativos y realizando reparaciones en tablas para surf.
“Rescatamos a los jóvenes al interior de la comunidad, los llevamos a la playa para enseñarles acerca del deporte, pero al mismo tiempo socializamos con ellos”, recalca. “Cuando llegan a la escuela de surf les brindamos todo nuestro apoyo, les damos ropas y vestimenta apropiada, todo y completamente gratis”.
Por ejemplo Cristiano Gomes, de 18 años. Antes de aprender a surfear en la escuela, “la vida era bastante mala”, dice. Hacía malabares a cambio de unas monedas para conductores de una transitada intersección en una autopista a los pies de la favela Rocinha.
Ahora, está entre los 10 mejores de la liga de surf junior de Río. Inspirado por la reciente eclosión de surfistas brasileños en la élite mundial del deporte, asegura que está centrado en convertirse en el primer profesional que sale de la escuela y en poder ganarse la vida con las olas.
“Muchos de mis amigos que no surfean no tienen nada, no saben qué hacer con sus vidas”, dijo Gomes poco después de tomar olas en Sao Conrado, una playa ahora contaminada por aguas residuales pero en la que en pasado llegaron a celebrarse competiciones profesionales. “No sé qué habría sido de mí sin surfear”.
Con todo, labrase una carrera entre las olas sigue siendo un objetivo difícil para muchos surfistas de los barrios humildes.
Magno Neves da Silva, de 23 años y natural de la favela Cantagalo, surfea casi todos los días en la cercana playa de Arpoador, una de las más glamurosas de Río. Se inició en el deporte los 8 años cuando un instructor lo descubrió montando en su monopatín por el barrio y le enseñó a tomar olas.
“Mi sueño hasta hoy es ser surfista profesional”, dijo Silva, quien trabaja paseando perros para poder llegar a final de mes. Parte de la culpa la tiene la relativa falta de infraestructura para este deporte en la ciudad.
“Sigo compitiendo en campeonatos, pero no hay muchos en Río, así que no es fácil”, lamentó. En este punto, reconoce Silva, su sueño de vivir de su pasión está “lejos de convertirse en realidad”.