Las estrellas de cine Lupita Nyong’o y Emily Blunt brillaron el lunes en el alegre desfile de Christian Dior.
Nyong’o lució encantadora en un vestido rojo corto de Dior y se quedó sin palabras al entrar a “El jardín de las delicias”, creado especialmente para la ocasión adentro del Museo de Rodin.
Los invitados ingresaron con trepidación al enorme jardín abstracto pintado que incluyó una miríada de paneles multicolores. Algunos incluso tropezaron con algunas frutas enormes desperdigadas por el suelo.
“Es realmente genial”, dijo la actriz keniana nacida en México desde su lugar al lado de la editora de Vogue para Estados Unidos, Anna Wintour. “Es increíble. ¡Creo que necesito tomarme un momento!”.
Emily Blunt, en un sencillo vestido de Dior a la rodilla, quedó igualmente impresionada.
“Esto de verdad que es extraordinario. Caminaría de Londres a París para ver este desfile. Estoy tan emocionada”, expresó la actriz inglesa.
Lo único que lamentó de su viaje fue no haberse preparado para hacer frente a las altas temperaturas de Francia, que recientemente alcanzaron los 40 grados centígrados.
“Me frío como un huevo”, dijo Blunt. “Siento que debí haberme puesto más protector solar. O uno de un factor más alto”.
Alta costura
La historia de la pintura y de la moda caminaron hoy sobre la pasarela de Christian Dior, en la Semana de la Alta Costura de París, con una colección de otoño-invierno de Raf Simons que se ambientó en “El jardín de las delicias”.
“La inspiración original de la colección surge de los maestros flamencos y de su visión de la pintura”, explicó el modisto belga en un comunicado que se entregó al público asistente al desfile, en el que también precisaba que le atraía explorar “esta tensión entre un lujo que se critica y que se anhela al mismo tiempo”.
En un efímero espacio construido en los jardines del Museo Rodin, el director artístico de Dior imploró la obra de El Bosco para trabajar el enfrentamiento de la pureza y la inocencia con la opulencia y la decadencia.
De esta manera, hizo caminar sobre un césped artificial violeta, entre supuestas piezas de fruta, a modelos ataviadas con holgados y ligeros vestidos-túnica en muselina blanca de seda que excedieron la sencillez al combinarlas con lujosas aspiraciones.
Al bordar con plumas los puños de estas prendas o al cubrirlas con abrigos de cachemir y pieles, Simons reflejó esta oposición deudora de conceptos propios del cristianismo.
“Me intrigaba la idea del fruto prohibido”, detalló el modisto, quien se preguntaba cuál sería el significado actual de esta idea que el arte ha retratado a lo largo de su historia.
En este proceso a través de los siglos y del pincel, Dior recuperó la capa de la Baja Edad Media para convertirla en abrigo largo que, sin cierre en el frente, se tiene que sujetar con una mano para que no entre el frío.
Este modelo inicial, que declinó en medievales azul cobalto o burdeos, se fue definiendo, como si los siglos hubieran pasado por él, para confluir en una prenda más estructurada y ajustada.
La casa francesa también forjó una actualizada cota de malla para la mujer. Así, arandelas engarzadas con pedrería recubrieron los corpiños y cayeron como una joya por encima del vestido.
No fueron las únicas piezas metálicas de la colección, puesto que Dior también incorporó eslabones de cadenas doradas para unir la parte delantera y trasera de los vestidos que dejaban los costados completamente descubiertos.
Simons no quiso pasar el impresionismo por alto en esta travesía por el lienzo y, no sólo construyó la sala con paneles puntillistas, sino que también pintó a mano los vestidos y llegó a crear ese mismo efecto con pequeñas plumas.
Las mangas fueron el campo de experimentación de Simons y ello se vio en las diferentes maneras de ensancharlas a la altura de la muñeca o de los hombres y en el juego con una doble capa en el antebrazo.
Sin embargo, los modelos más originales fueron los de un abrigo de neopreno rosa o de cachemir caqui oscuro que contaron con una única manga de pelo que se abrió progresivamente.