El internet ha centralizado buena parte de nuestra interacción social, transformando el modo en el que conocemos gente, compramos productos, solicitamos servicios o perdemos el tiempo. Esta tecnología también cambió nuestra forma de vivir la política y el servicio público.

 

Si se revela un caso de corrupción de un político prominente, de inmediato se inunda Twitter. Si se quiere que un servidor público renuncie porque se le considera inepto, se juntan firmas electrónicas en Change.org. Si el matrimonio igualitario se hace derecho constitucional en Estados Unidos, más de 26 millones de personas cambian su avatar de Facebook en apoyo a la medida.

 

La mayor conectividad -informática y comunicativa- nos ha hecho más políticamente conscientes. Hoy, gracias al internet, cualquier persona puede ser un activista social o político, así como un vigilante del uso de los recursos públicos y del actuar de sus gobernantes. Esto ha mejorado la interacción entre los ciudadanos y los gobiernos.

 

En 2009, el gobierno de Boston lanzó Citizens Connect, una app que busca que la ciudadanía reporte con facilidad los desperfectos urbanos. En India, a fin de combatir la corrupción entre los servidores públicos, el gobierno de Delhi está desarrollando una app que grabará video y audio sin que el smartphone parezca estar prendido.

 

En México, El Bronco está transmitiendo en Periscope las reuniones entre su equipo de transición y las dependencias estatales, y el gobierno capitalino lanzó InfoDF Móvil, una app para “registrar y dar seguimiento a solicitudes de información pública”. La clave está en que toda esa información en dos vías se traduzca en evidencia que ayude a los gobiernos a tomar mejores decisiones con la mayor transparencia posible.

 

En su libro Wiki Gobierno: Cómo la tecnología puede mejorar el gobierno, fortalecer la democracia y empoderar a los ciudadanos, la ex directora de la Iniciativa de Gobierno Abierto de la Casa Blanca, Beth Simone Noveck, escribió sobre cómo la interconexión social que brinda la tecnología puede orientarse al bienestar público, mediante lo que ella llama “democracia colaborativa” (el gobierno con la gente). El pueblo, considera la autora, no sólo es capaz de votar cada determinado tiempo, sino también de participar activamente en la solución de problemas, ya que el gobierno no puede estar resolviéndolos todos, en todas partes, todo el tiempo. La visión de Simone Noveck debe ser el eje de las democracias liberales en este siglo.

 

Sin embargo, la “digitalización” de la democracia también implica hackeos, violaciones a la privacidad, uso indebido de datos personales, etcétera. La semana pasada se dio a conocer que varias entidades gubernamentales mexicanas utilizan los servicios de Hacking Team, empresa que desarrolla software espía. Ni los ciudadanos deben hacer mal uso de la información pública, ni los gobiernos espiar a la sociedad. Este equilibrio sólo se logra con vigilancia mutua permanente.

 

Todo perfeccionamiento conlleva riesgos. En buenas manos, la tecnología puede ser la máxima salvaguarda de la democracia, ya que permite incrementar la transparencia, facilitar la participación social y aumentar la efectividad gubernamental.

 

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