Imagine que Grecia es como un trabajador con ingreso medio al que un día le ofrecieron una tarjeta de crédito plateada con un muy alto límite de crédito que le permitía, además, tener acceso a clubes exclusivos.
Acostumbrados a vivir en la medianía de sus ingresos en dracmas y con las carencias propias de su condición de subdesarrollo, repentinamente tenía en sus manos un instrumento que le permitía salir corriendo a las tiendas a comprarse unos juegos olímpicos y un sinfín de satisfactores con los que no había soñado.
El contrato de la tarjeta dejaba claro que había que producir más y alcanzar el nivel de los otros socios.
Y presentaba informes muy convincentes sobre sus progresos, que los emisores de la tarjeta nunca verificaban. Pero la realidad es que en privado ese país se tiró a los vicios que financiaba con su membresía.
Engordó su gobierno, despilfarró en gastos suntuarios y no se preocupó por generar la infraestructura que le permitiera trabajar más para pagar lo que gastaba a manos llenas.
Lo peor es que mientras más gastaba, más le aumentaban la línea crediticia. Hasta que no pudo más y esa vida mentirosa y artificial de primer mundo quedó al descubierto.
La grasa acumulada como déficit fiscal tapaba sus arterias en 2009 con 15% del Producto Interno Bruto. El saldo deudor de su tarjeta de crédito platino llega hoy hasta 180% del tamaño de su economía.
Los emisores de la tarjeta platino, que por cierto se llama euro, lejos de cancelar la membresía ante la imposibilidad de hacer frente a semejante deuda, lo alientan a que se apriete el cinturón hasta ponerse morado para que pueda pedir más dinero prestado para pagar los intereses.
Hay desde la perspectiva de la sabiduría popular mexicana dos posibilidades para explicar qué fue lo que le pasó a Grecia. Unos dicen que es como aquello de que no tiene la culpa el indio sino el que lo hace culpable (Grecia es una víctima de Alemania).
Y hay quien dice que en el caso helénico, el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe (nadie los obligó a la irresponsabilidad fiscal).
Lo cierto es que no hay salida fácil para ese país. A partir de ahora que ya hay un acuerdo entre los acreedores y el gobierno de extrema izquierda de Atenas lo que parecen garantizar es que se quedan en la zona del euro.
O lo que es lo mismo, consiguen una ampliación de crédito en su tarjeta platino para que sigan pagando sus deudas a cambio de trabajar durante varias generaciones para pagar sus deudas y no tener aspiraciones de salir adelante si no hacen otros cambios estructurales.
La otra salida era decirle a los dueños del euro que simplemente no había dinero para pagar las cuentas, que le cancelaran la membresía de la moneda única, regresaran a su moneda original y desde abajo empezaran un proceso para salir de la crisis a la vuelta de algunos cuantos lustros.
Podrían lograr una renegociación de lo que deben a cambio de no tener acceso a más créditos con tasas preferentes. Es como quien no paga la tarjeta y lo ponen con un registro negativo en el buró de crédito.
Grecia podría desde su regreso al dracma recomponer su economía, sus niveles de productividad, y aspirar a ser una economía desarrollada de verdad. No al sueño griego de ser tan de primer mundo como un alemán, pero esforzándose menos de la mitad.