Si el deporte de conjunto fuera democrático; si, cual partido político o candidato presidencial, cada equipo estuviera obligado a acumular la mayor cantidad de votos en una población del todo heterogénea; si fuera imperativo brindar una imagen de igualdad de oportunidades; y, principalmente, si verdaderamente la confianza resultara libre de prejuicios, de telarañas mentales, de estereotipos. Acaso así, tendríamos más directores técnicos negros en el futbol europeo o alguna mujer dirigiendo en las diversas ligas profesionales del mundo (lo que no es constante ni en los certámenes femeninos).
Cuando nos referimos a los entrenadores, a los líderes de cada equipo, a los personajes encargados de sacar lo mejor individual y colectivamente de sus pupilos, cuesta determinar si es peor el racismo o el sexismo. Por ejemplo, entre los 16 participantes en la pasada Copa África (14 de ellos, países del África negra), apenas hubo tres seleccionadores negros, a lo que debe añadirse que de casi cien clubes que conforman el futbol inglés sólo cuatro eran guiados por negros en la temporada pasada. Al mismo tiempo, en el reciente Mundial femenil sólo ocho de 24 representativos tenían como jefe en la banca a una mujer y de las cinco disciplinas de conjunto que representaron a Estados Unidos en rama femenil durante los Olímpicos de Londres 2012, nada más el futbol delegó el mando en una dama (y hablamos de un país supuestamente más equilibrado en ese sentido).
Valga el anterior preámbulo para dimensionar el hito que ha marcado Becky Hammon. La ex basquetbolista se convirtió unos días atrás en la primera mujer en entrenar a un equipo de la NBA (y de cualquier otra liga profesional de la Unión Americana). Los Spurs de San Antonio ya habían hecho historia cuando la contrataron como integrante de tiempo completo de su cuerpo técnico, pero empujaron muchísimo más ese límite al comisionarla para encabezar al equipo durante parte de la pretemporada.
Lo relevante al elegir talento han de ser los conocimientos tácticos, el liderazgo, la capacidad de motivación, y no algo más. Sin embargo, recién ahora Hammon consiguió quebrar esa barrera. Como ella misma lo definió: “Para mí, es mejor verlo de forma integral. Queremos estar seguros de que cuando tu esposa o tu hija vayan a una entrevista de trabajo, reciban la misma oportunidad que un hombre. Eso es verlo de forma integral, esa es una meta mayor. Sea baloncesto, sea el ejército, sea el cargo de presidente de una empresa, sea en puestos operativos, queremos a mujeres ahí”.
En los entornos cultural y corporativo hay fuertes campañas buscando disminuir la diferencia entre los sueldos que perciben las mujeres en relación con los hombres. En el futbol, pese a que tuvimos días atrás un Mundial femenil que pulverizó los registros estadunidenses de audiencia del Mundial varonil, está claro que la distancia resulta todavía exponencial.
Aún parece difícil que las ligas femeninas logren generar la repercusión de sus pares varoniles. No obstante, en el contexto de los managers es en donde puede comenzar el cambio.
De los diez entrenadores más duraderos de la WNBA (asociación de baloncesto femenino en EUA), ocho son hombres. Al tiempo, Becky Hammon ha logrado meterse a la mismísima NBA. No ha sido por nepotismo, no ha sido por el clásico machismo que busca proyectar chicas atractivas. Ha sido por su capacidad y experiencia, como tiene que ser sin importar sexo, raza o cualquier otra irrelevante consideración.