El ángulo de esta columna, pasó por diferentes etapas. Partió de tratar de explicar por qué personajes como los fundadores de Apple y Facebook respectivamente, Steve Jobs o Mark Zuckerberg, se han vuelto fuente de inspiración y modelo a seguir de las generaciones jóvenes, concretamente la ya tan trillada Millenial. Después, la idea era, a propósito de un excelente texto que encontré en el sitio especializado de tecnología Unocero.com, hablar del perfil que hace a un programador de sistemas. Finalmente el ángulo viró hacia entender la realidad de los profesionales técnicos en nuestro país, concretamente aquellos que optan por estudiar algún tipo de ingeniería.

 

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Tres temas con un mismo hilo conductor: se trata de pistas para entender la forma en que se origina y se hace rentable el negocio de la innovación. Vamos por partes.

 

En días recientes, durante una conversación de café, una persona sentada en mi mesa contó que su hijo, de 13 años de edad, ambicionaba ser programador, en buena medida, influido por las cuasi deidades informáticas como Zuckerberg, pero que, paradójicamente, llegó con notas reprobadas en matemáticas. El regaño del padre no podía dejar de venir acompañado de una reflexión en torno a que programar sistemas es básicamente, una tarea que requiere matemáticas. Todo parece indicar que la falta de aprecio por las matemáticas hizo, al menos por ese momento, cambiar de parecer al adolescente acerca de sus ambiciones profesionales (no creo así, en su admiración hacia los genios del internet).

 

Entonces, ¿qué se requiere para verdaderamente ser un programador y ocupar un espacio de privilegio en el aparador de los genios de nuestra generación? La opinión publicada en Unocero.com, por Re Esteva, surgida de entrevistas con programadores concluye, tras debatir si el programador nace o se hace, que los puntos clave son el ser extremadamente curioso, y tener mucha paciencia (con las matemáticas por supuesto, y todo aquello que lo fuerce a generar un pensamiento lógico), para adentrarse en un mundo que para muchos parece muy complejo (es decir, se puede nacer, o hacer).

 

Si aquí no hay a la vista Jobs o Zuckerberg, entonces, no debe haber demasiada preparación de profesionales relacionados, supuse. Mi sorpresa fue que al investigar el número de personas que en México egresan de carreras de ingeniería o afines, nuestro país se ubica entre los más altos a nivel mundial, entre el Top 5 o Top 6, dependiendo la fuente (algunas citan referencias como que por ejemplo, es mayor que en países súper tecnológicos como Alemania). Por último, la coincidencia en toda la información encontrada es que en México hay mucha materia prima para generar innovación, que no necesariamente la vemos reflejada a nivel macro, con personajes o empresas de tecnología como las que Jobs, Zuckerberg, y otros han creado a lo largo de la historia.

 

El negocio de la innovación se compone en sí, de múltiples variables. Hay un componente inspirador, pues es en épocas de híper conectividad como la actual, donde ser un genio de la informática se vuelve sumamente sexy. También, es educación. Vale la pena recordar la historia de Paloma, la niña que apareció citada en la portada de la prestigiosa revista Wired como la siguiente Steve Jobs, más que por una capacidad superior de ella, por la extraordinaria forma en que su maestro Sergio, la verdadera estrella de esa historia, comparte su conocimiento con Paloma y el resto de sus compañeros. Y es también, un tema de oportunidades. Resulta increíble darnos cuenta que nuestro país genera gran cantidad de materia prima para dar a luz nuevas ideas, pero que nuestro número de patentes generadas se encuentre muy por debajo por los que en realidad califican como países de alta innovación.