Lo único seguro de las elecciones presidenciales en Estados Unidos en 2016 es que Donald Trump no las ganará.
Desde que Al Ries y Jack Trout presagiaron, en la década de los 80 del siglo pasado, que el planeta sufriría por el exceso de emisiones de comunicación, los políticos han optado por detonar ejes alternativos a los que transportan los dogmas de izquierda y derecha. Ries y Trout revelaron que la publicidad representa un cerco en el comportamiento de los integrantes de una sociedad mediatizada. Las limitaciones del pensamiento condicionan el comportamiento de los ciudadanos que acuden a las urnas para esbozar su futuro.
Ayer, el presidente Obama decidió subirse a una especie de ring de caricatura en el que Donald Trump, Mike Huckabee y Ted Cruz se encuentran ejercitando box de sombra. De “ridículos” y “tristes” calificó el presidente a los temas publicitados por los precandidatos republicanos.
Huckabee tradujo el pacto nuclear entre el 5+1 con Irán como “agarrar a los israelíes y básicamente llevarlos a las puertas del horno”, mientras que Ted Cruz acusó a Obama de promover el terrorismo a través del acuerdo.
Si sobre el planeta se asienta una densa neblina que emerge de la comunicación, lo mejor es recurrir al escándalo para hacerse notar. El escándalo es una posideología porque incentiva el ánimo de quienes se sumergen en redes sociales. Herencia del entorno tipo La sociedad del espectáculo y Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (ambas obras escritas por Guy Debord), la posideología ha convertido, por ejemplo, a los tuits en un conjunto de verdades anónimas, o si se prefiere, ha detonado la muerte del periodismo simplemente por la imposibilidad de competir contra los rumores.
El qué, cómo, cuándo y por qué ya no caben en la era del tiempo real. Donald Trump duda de la nacionalidad del presidente Obama. Una media verdad es una mentira completa en el ecosistema de las redes. Si el padre de Obama nació en Kenia y Trump asegura que el actual presidente usurpó la Casa Blanca, entonces el escándalo taladra el cerebro de quienes se deslizan en la cotidianidad del escándalo.
“Estamos creando una cultura que no conduce a una buena política, y el pueblo estadunidense merece algo mejor. Ciertamente, los debates presidenciales deben ser mejores”. El próximo mes, 10 precandidatos republicanos lo harán. Otros seis se quedarán con las ganas de hacerlo. Una encuesta se encargará de discriminar la lista, por lo que el escándalo se ha convertido en la fórmula, posiblemente solitaria, a la que echarán mano gran parte de los 16 suspirantes a la presidencia de Estados Unidos.
Trump no tiene un pelo artificial de tonto. Ha elegido al tema de la inmigración para ubicar su discurso en él; es el tema que nace de dos realidades: la demográfica y la política. Con más de 50 millones de personas de origen latino viviendo en Estados Unidos, y con las recientes medidas ejecutivas con las que Obama auxilia a un puñado de millones de ellos, el tema de inmigración estará entre los principales 10 de la agenda electoral 2016.
Trump no ganará la candidatura republicana porque su programa es monotemático. Y sabemos que un político monotemático es un falso político, es decir, es un vendedor.
Estados Unidos es un país de inmigrantes, modelado para tener éxito en un escenario global. De ahí que sus discursos se conviertan en repugnantes traducciones del programa del partido francés Frente Nacional. La diferencia con Marie Le Pen es que Trump no quiere gobernar, lo que desea es incrementar el Valor Presente Neto de sus inversiones.
Saltar de los nueve mil a los 10 mil millones de dólares, bien vale una campaña electoral.