Este viernes 31 de julio, Anthony Wayne despacha por última vez en su oficina del emblemático Paseo de la Reforma 305. Después de apagar la luz y cerrar la puerta, quizá pasen algunas semanas para que en ese lugar se instale, de ser confirmada por el Senado estadunidense, su sucesora, Roberta Jacobson, la actual subsecretaria de Estado para Asuntos Hemisféricos, el segundo puesto más importante de la diplomacia en ese país, para hacerse cargo de la misión.
Con la salida de Wayne, México y Estados Unidos comenzarán a vivir lo que podría llamarse el “síndrome de las sillas vacías”, parafraseando al llamado “síndrome del nido vacío”, una sensación general de soledad que aqueja a los padres cuando sus hijos dejan el hogar.
Para los dos países que pertenecen a la estratégica zona de Norteamérica no hay precisamente ese sentimiento, pero sin duda se trata de una mala noticia y quizá representa un ominoso indicio de que los vínculos no están a la altura que deberían.
México ha sido blanco de críticas por no darle a sus nexos con Washington la importancia que merecen, pues desde el 10 de marzo pasado el embajador Eduardo Medina Mora dejó también su despacho en el 1911 de la avenida Pennsylvania -la misma calle donde se encuentra la Casa Blanca, pero en el 1600-, para ser designado ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Antes de Jacobson, la hispana María Echaveste fue nominada para el cargo, pero declinó en febrero pasado debido a la falta de apoyo en el Senado estadunidense, cuyo desdén hacia esta nominación en septiembre del 2014 fue palpable, luego de que pasaron cinco meses sin que se programara una audiencia para su ratificación en el Congreso.
No obstante, Obama duplicó la apuesta, porque nombró luego a Jacobson, que no sólo ha sido una figura protagónica en las negociaciones con Cuba, sino ha jugado un papel clave en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.
No hay duda que el primer mandatario negro en la historia de Estados Unidos ha querido colocar a una de las personas con más capacidad para conducir relaciones tan complejas como las que sostiene con su vecino del sur; al que le compra el 85% de sus mercancías y servicios, con el que sostiene un Tratado de Libre Comercio desde enero de 1994 y con el que comparte más de tres mil 234 kilómetros de frontera, una de las más transitadas del mundo.
“Es una posición muy importante y es un puesto que ella deseaba ocupar desde hace tiempo”, dijo Roger Noriega, subsecretario de Estado entre el 2003 y el 2005, durante la presidencia de George W. Bush, al comentar la nominación.
Jacobson se ha ocupado de temas relacionados con México desde mucho tiempo atrás, pues ha fungido como directora de la oficina de asuntos mexicanos en el Departamento de Estado entre el 2003 y el 2007, y posteriormente fue subsecretaria adjunta para Canadá, México y temas relacionados con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Debe recordarse que también se ocupó de la configuración de la “Iniciativa Mérida”, que permitió apoyar la lucha antidrogas del ex presidente Felipe Calderón.
A muchos observadores en Estados Unidos les sorprendió que Obama nombrara a una diplomática de carrera en lugar de decantarse por un político, pero eso también le dota de gran seriedad su designación, pues ha sido interpretada en Washington como un signo del interés del tío Sam por fortalecer su política hacia América Latina.
Apuesta grande
En México, la designación de Jacobson tomó tal vez por sorpresa tanto a la Cancillería como a Los Pinos, pues puso la “vara muy alta” al gobierno de Peña Nieto, que ha mostrado un gran desdén para designar a un nuevo embajador que reemplace a Medina Mora, a juicio de los expertos.
Susana Chacón, especialista en relaciones internacionales, ve muy mal que el gobierno mexicano se haya demorado en resolver este tema y dice que “es la primera vez en la historia que se tarda tanto en un nombramiento de un embajador”.
Esta “no es una buena señal y no tiene sentido” que “todavía no tengamos un canal directo de comunicación” con el gobierno de Estados Unidos, lo que se agudiza con la reciente renuncia del subsecretario para América del Norte, Sergio Alcocer, que decidió competir para la rectoría de la UNAM, señaló en entrevista a 24 HORAS.
Gerardo Rodríguez, académico de la Universidad de las Américas Puebla, reprocha también al gobierno por esta actitud y califica de “inédito que México haya dejado vacío ese lugar” que considera “de triple importancia: política, económica y de seguridad”.
“Que no haya un embajador que ayude a coordinar todas estas actividades representa un vacío de poder al interior del país. Es muy importante que haya una cabeza de todos los esfuerzos” en esta materia, pues Estados Unidos “es un gobierno descentralizado en todos los niveles”, estima.
Para Rodríguez, “se pueden cometer errores graves si no hay una cabeza política y diplomática de alto nivel” en la embajada de México en Washington.
Resulta inexplicable que en el gobierno mexicano no se entienda esta circunstancia, aunque quizá empieza a permear la idea de que el próximo embajador debe ser “de muy alto nivel”, el mismo por lo menos de Jacobson, como señala Chacón.
Para la catedrática, la designación de la subsecretaria “nos está enviando un mensaje”, un verdadero guiño sobre el grado de relación que desea el gobierno de Estados Unidos en el futuro con nuestro país. Falta que las autoridades mexicanas realmente sepan entenderlo.
Por ahora, ya se han comenzado a especular algunos nombres, como el de Carlos Sada, actual cónsul en Los Ángeles y con una trayectoria como cónsul de San Antonio, Chicago y Nueva York. También se ha mencionado a Gerónimo Gutiérrez, ex subsecretario de Relaciones Exteriores durante el sexenio de Vicente Fox, que actualmente funge como director gerente del Banco de Desarrollo para América del Norte (BDAN), con sede en San Antonio, creado en el marco del TLC y con una impresionante trayectoria en las relaciones con Estados Unidos. Otros nombres que se han barajado, aunque con menos posibilidades, son Ildefonso Guajardo, actual Secretario de Economía, y Emilio Lozoya Austin, el director de Pemex, pero ambos están actualmente ocupados en temas urgentes de la problemática nacional, el primero en asuntos como la inversión extranjera y el segundo en cuestiones como la aplicación de la reforma energética y las licitaciones de los primeros campos petroleros entre empresas privadas nacionales y extranjeras.
Chacón, investigadora de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac y coordinadora del Grupo Interinstitucional de Estudios de Estados Unidos, considera que no importa si el futuro representante de México en Washington será un diplomático o un político, sino que lo esencial es que tenga una trayectoria equivalente a la de Jacobson.
“Creo que debe ser un personaje con una vasta experiencia, de preferencia surgido de la misma cancillería”, porque con el nombramiento de Jacobson el gobierno estadunidense está señalando que desea en el cargo a alguien con las mismas o superiores “tablas y credenciales” de la futura jefa de la legación estadunidense, afirma.
A Gerardo Rodríguez por su parte le queda muy claro que el perfil del próximo embajador de México en Washington debe ser el de “alguien de la mayor confianza del Presidente de la República”.
“Es el representante del gobierno, un alto nivel de interlocución en el sector nacional de seguridad y económico, y es muy importante que sea una persona que domine el idioma inglés. Finalmente tiene que entender el funcionamiento del sistema político y económico norteamericano”, asegura.
Rodríguez estima que Roberta Jacobson “tiene credenciales políticas al más alto nivel en Washington” y es una mujer “con una trayectoria impresionante” que “conoce el pulso de la política mexicana”.
La subsecretaria mantiene “redes de confianza y amistad en México. Conoce a diputados federales, senadores, gobernadores, intelectuales, líderes de opinión, es una experta en México y América Latina”, argumenta.
De lo que no hay duda para los entendidos es que Jacobson va a ser “muy excelente embajadora”, como pronostica Chacón, quien la describe como una mujer “muy sencilla, muy amable, pero también muy fuerte, con objetivos muy claros”. Para la académica, la futura embajadora está determinada a lograrlos, por lo cual pronostica que “va a ser más diplomática” que su antecesor, pero “muchísimo más dura”.
Por ello, alerta al gobierno mexicano que “no va a ser de trato fácil”, aunque augura que la relación bilateral podría ser “muy fluida” si logra forjar “lazos de confianza” con el gobierno mexicano.
En cuanto al hombre idóneo para ocupar el lugar que dejó vacante Medina Mora, Chacón estima que “hay muchas personas que pueden llenar los requisitos”.
“Hay gente preparada de primer nivel tanto en el sector diplomático propiamente hablando, pero también empresarios que han actuado como diplomáticos o funcionarios públicos que tienen que ver mucho con la relación con Estados Unidos. El perfil de personas capacitadas lo tenemos también en la parte académica, sin duda”, sostiene.
Por ejemplo, recuerda que para las dos elecciones de Obama, del 2008 y 2012, se formaron grupos de observadores mexicanos por primera vez en la historia con figuras ampliamente conocedoras del funcionamiento del sistema político estadunidense y de las relaciones con México.
La catedrática, con estudios de posgrado en las universidades de Harvard, Georgetown, Barcelona, la Universidad Iberoamericana y el CIDE, admite que se trata de “un grupo relativamente selecto” pero con “las tablas suficientes como para conocer los canales de comunicación que se deben construir en una relación bilateral de México y Estados Unidos”.
Se dice en círculos gubernamentales que el gobierno mexicano ya envió una propuesta específica, pero se ignora si ya habría recibido el beneplácito del gobierno estadunidense.
“Creo que estamos a menos de una semana de que el asunto se devele”, afirma la investigadora del Rockefeller Center.
La designación de un nuevo embajador urge porque las relaciones entre México sufrieron sin duda un duro golpe con la fuga del famoso capo de las drogas Joaquín El Chapo Guzmán el 11 de julio pasado, de la cárcel de alta seguridad del Altiplano, en Almoloya de Juárez, mediante un túnel de mil 500 metros de largo y 15 metros de profundidad.
La rocambolesca evasión “puede enviar un mensaje de una falta de competencia o confianza en las instituciones” pues “construir una confianza entre actores internacionales lleva mucho tiempo y destruirlas es cuestión de segundos”, estima Chacón.
“El gran logro con que casi abre el sexenio de Peña Nieto es la detención de El Chapo y a menos de dos años se les va. En Estados Unidos hay un sentimiento de mucho enojo”, afirma, y pone como ejemplo las declaraciones de Jacobson sobre el tema durante las audiencias para su ratificación.
Pero le pone paños fríos al tema y afirma que si bien el asunto impactó la relación, sólo afectó el aspecto de la seguridad pero de ninguna manera se puede decir que “toda la relación se ha deteriorado” por cuanto “hay canales establecidos que siguen una dinámica muy clara, muy efectiva de comunicación en la relación bilateral, que no se reduce a la relación Peña-Obama ni a la fuga de El Chapo”.
A la llegada de Peña, el 1 de diciembre de 2012, el gobierno buscó cambiar la narrativa existente que hacía que la relación estuviera dominada por la seguridad y el narcotráfico y se logró ampliar la agenda para que este sólo fuera un asunto más entre los muchos vínculos entre ambos países. Esto se logró hasta que la espiral de violencia empezó a aumentar, sobre todo a partir de escándalos como el fusilamiento de 22 personas en Tlatlaya, Estado de México, por militares en junio del 2014 y la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa en Iguala en septiembre siguiente.
Luego la fuga de El Chapo vino a dar al traste con este esfuerzo de tratar de colocar al tema de la seguridad en un aspecto secundario de la realidad mexicana.
Para Carmen Chacón, la segunda evasión de El Chapo –la primera fue en enero del 2001–, “rompe todos los canales de confianza” y lleva a preguntarse “de qué sirvió que se capturara” al criminal “si no se aplica bien la justicia” en México.
“Estados Unidos ha invertido horas, hombres, uso de tecnología y recursos económicos que podrían ser empleados en otras actividades, en las dos últimas capturas de El Chapo. Ha perdido dinero. Es natural que les moleste su fuga porque se trata de impuestos de los estadunidenses y por culpa de la corrupción mexicana tendrán que invertir más recursos de nueva cuenta”, afirma por su parte Gerardo Rodríguez.
Tras la fuga del jefe del Cártel de Sinaloa dejó maltrecho el prestigio de México en el mundo, y una imagen de que las “autoridades mexicanas son ineficientes y corruptas”, según Rodríguez.
El resultado es que si El Chapo fuera recapturado, “la presión de Estados Unidos para su extradición va a ser inminente”.
En suma, Joaquín Guzmán Loera no puede marcar la pauta del futuro de las relaciones pero sí puede provocar que otras áreas de la relación bilateral que funcionan con la precisión de un reloj suizo, como el comercio, la educación, y las inversiones, se vean contaminadas por el mal desempeño del aspecto de la cooperación en materia de seguridad.
“El tema de seguridad no marca toda la relación bilateral. Por eso la labor de los medios es fundamental para orientar a la opinión pública y que la gente no se centre en eso sino tenga la capacidad de ver las cosas en forma conjunta”, dice Chacón.
Pero primero es necesario que las “sillas vacías” se ocupen, sobre todo la que se ubica cerca de la Casa Blanca.
Se espera que impere la sensatez en Los Pinos y en el edificio de Avenida Juárez y en unos cuantos días, por fin, se despeje la incógnita de quién se sentará en ella.