No son países, son barrios los componentes de la globalización. Algunos insisten en desdoblar la bandera como muro fronterizo; implacable su grosor.

 

El nacionalismo británico no se concatena con el nacionalismo subsahariano; unos van a pie a la City londinense y otros corren, desde África, escapando de la guerra. El esquema de la palabra “subsahariano” incentiva la idea de que lo menos importante es el nombre del país de origen del inmigrante capturado en la boca del euro túnel en Calais. El significado de “subsahariano” conlleva a un conjunto de barrios africanos que flotan en un interminable océano de pobreza. Pocos conocen los nombres del “enjambre” de países pobres (como lo denomina el premier británico).

 

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Londres es la otra cara de la moneda, es la ciudad más global del mundo desde el ángulo lingüístico y una de las más caras para vivir. El significado de “londinense” conlleva a un conjunto de manzanas habitadas por todas las nacionalidades del mundo.

 

De ahí la sorpresiva idea iluminada por David Cameron desde su veraniego viaje por Vietnam. Gran Bretaña hará hasta lo imposible para que el “enjambre” o la “plaga” de inmigrantes, alias cucarachas o en el mejor de los casos abejas zánganos, no logre ingresar al Eurotúnel para disfrutar de nuestro “lugar increíble para vivir”; lo buscan ya que tiene “los mejores trabajos y una economía en crecimiento” (Le Monde, 30 de julio).

 

Theresa May y Bernard Cazeneuve, ministros del Interior británica y francés, respectivamente, ya advirtieron el domingo que el enjambre no encontrará las calles británicas “asfaltadas con oro”. Las expresiones de Cameron, May y Cazeneuve no logran esconder la molestia causada por el enjambre.

 

Al radio de la boca del Eurotúnel, en la parte francesa, es decir en Calais, se le conoce como “la jungla”. Anna Buj de La Vanguardia de Barcelona la describe como un “campamento en que se encuentran unos tres mil inmigrantes esperando su turno para llegar al Reino Unido, a las afueras de Calais, (que) dista mucho de la idea que tenemos de Europa. Cinco personas duermen en barracas de unos seis metros cuadrados hechas de bolsas de basura, palos de madera y material aislante” (2 de agosto).

 

Es conocido que en todo enjambre de abejas existen las trabajadoras y los zánganos, entre otros tipos. Seguro que entre los tres mil inmigrantes a los que se refiere Anna Buj existe todo tipo de inmigrante. La propia Buj los describe en su texto de ayer lunes: “se encuentran médicos, informáticos o ingenieros, como es el caso de un chico que parece liderar el grupo de 15 etíopes que van a intentarlo esa noche” (La Vanguardia, 3 de agosto). De acuerdo con la enviada, al adolescente “le falta un año para acabar la carrera de ingeniería de caminos, que cursaba en Addis Abeba. Seis meses en la cárcel por disidencia política interrumpieron su último curso de universidad”.

 

Pero no hay político que matice el contenido de sus discursos. Cameron generaliza con una idea peyorativa para cerrar su frontera con Europa. Poco importa que entre el enjambre de insectos aparezca gente que desea estudiar y aportar valor al trabajo que logre obtener.

 

Del silencio sepulcral europeo surgió la voz de Morgan Johansson, ministro sueco de Justicia. Acusó a Cameron de usar un lenguaje divisorio y “poco constructivo”. Veo un país, continuó Johansson, “que no quiere asumir la responsabilidad que debería”.

 

No le caería nada mal a Cameron revisar lo que su paisano, el economista David Ricardo, escribió sobre la ventaja comparativa: el desplazamiento de la mano de obra obedece a la oferta laboral. Premisa básica que en un mundo aferrado a las banderas genera declaraciones como las de Cameron. Tan indolentes como las de un digno miembro del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP).