Paradojas de la vida: que contemplar desde tan cerca la tierra prometida, la hace parecer más lejana. Cuando la mente asume que todo error puede ser definitivo y, a partir de eso, pesa más el miedo a fracasar que la fe en ganar. Ese último kilómetro de la carrera, esa meta que ya se logra oler, ese esfuerzo final en el que se consagrará o destruirá la cita con la historia, en el que se saltará a lo épico o se condenará a lo trágico, en el que ya no hay medias tintas: todo o nada.
Ahí está, con el futbol mexicano a su estela y conmovedoramente en su apoyo, el club Tigres.
En el partido de ida, ese del que tenía que haber salido con un par de goles de ventaja, la presión pasó factura; los optimistas clamarán (y el tiempo les dará o quitará la razón) que más importante era viajar a Buenos Aires con opciones intactas, pero los felinos debieron sacar crédito de su casa. Luce sintomático que haya sido desaprovechada la condición de local en las tres Finales de Copa Libertadores disputadas por clubes mexicanos. En 2001, Cruz Azul perdió 0-1 con Boca Juniors en un Estadio Azteca atiborrado. En 2010 el Guadalajara cayó 1-2 ante Internacional de Porto Alegre, tras haberse puesto adelante en el primer tiempo. Ahora en 2015, Tigres no ha pasado del empate a cero en el imponente Volcán.
La tarea, más que culminarse en el Monumental de River, tendrá que efectuarse ahí casi del todo. Espera un cuadro especialmente diezmado. La ausencia del suspendido Gabriel Mercado, más las de los lesionados Rodrigo Mora, Tabaré Viudez y Emmanuel Mammana, complican los planes del gigante argentino y reafirman algo de por sí evidente: que Tigres es más, que como nunca sucedió antes en este certamen continental, un plantel mexicano es el mejor de cuantos se inscribieron. El mejor en lo colectivo y en lo individual, en lo físico como en lo técnico; esperemos que también en el oficio indispensable para una cita de esta dimensión, recalcando que tres veces en la temporada los regiomontanos han superado a River sin conseguir plasmarlo en el marcador.
Tiene que ser la noche de los refuerzos millonarios como Andre-Pierre Gignac o Jürgen Damm. Tiene que ser la noche de los especialistas en domar rivales sudamericanos como Egidio Arévalo o Rafael Sobis. Tiene que ser la noche de una defensa que no dispone del imponente Hugo Ayala. Y tiene que ser la noche, por encima de todo, de un director técnico histórico para el futbol mexicano.
Ricardo Ferreti es único en el ininterrumpido trabajo que ha tenido desde su retiro como futbolista. Aquello de vivir con la maleta hecha o al borde del despido, no aplica para quien ha logrado longevidad y proyectos a largo plazo como ninguno de sus colegas. Gran estudioso, aunque a menudo criticado por conservador, el entrañable Tuca llega al partido más importante de su dilatadísima carrera. ¿Cómo enfriar el vendaval que será el Estadio Monumental? ¿Cómo posicionarse ante un equipo que no puede perder semejante título en su terruño (decía su DT, Marcelo Gallardo, “Esta Copa no puede escaparse en casa”)? ¿Cómo hacer daño a un River que neutralizó todo lo que mandó Tigres en la ida? ¿Cómo orquestar cada fase del juego? ¿Cómo sacar lo mejor del fenomenal plantel del que dispone?
Parto de la premisa de que esta oportunidad de gloria libertadora llega al estratega más indicado.
Que hoy se haga historia. Que sea la jornada épica de Tigres. Que del Monumental salgan cargando ese trofeo que jamás ha sido conquistado por institución alguna al norte de Colombia. Que para México a la tercera sea la vencida.