PARÍS. Antes de que los talibanes le obligaran a huir de Afganistán, Younis exportaba flores a Emiratos Árabes Unidos y China.
El empresario de 30 años cruzó Irán, Turquía y gran parte de Europa antes de llegar a París hace un mes, un viaje brutal que le dejó una lesión en el tobillo y una pierna hinchada. Después de semanas viviendo en las orillas del Sena, Younis – que se identifica solo por su nombre porque su solicitud de asilo está siendo procesada – duerme ahora en un antiguo instituto de París que llevaba vacío cuatro años. Es uno de los alrededor de 200 migrantes que viven allí.
París está haciendo la vista gorda ante las asociaciones humanitarias que convierten edificios públicos abandonados en centros para migrantes, reconociendo así que las mil plazas habilitadas de urgencia desde junio no son suficientes para la cantidad de migrantes sin techo que hay en la ciudad, dijo el teniente de alcalde de la capital francesa, Bruno Julliard, a la radio nacional.
Las aulas de la escuela están llenas de sacos de dormir alienados sobre colchones de cartón improvisados. Los migrantes beben café instantáneo y comen goulash elaborado a partir de alimentos donados. Es un alojamiento muy básico, pero migrantes, activistas y muchos funcionarios municipales están de acuerdo en que es mejor que estar en la calle.
En el patio de asfalto resuenan innumerables idiomas mientras los migrantes dan patadas a un balón de futbol, juegan a las cartas o pintan murales sobre las desconchadas paredes del centro. Younis estudia, escribiendo traducciones al francés con una cuidada grafía cursiva junto a expresiones en su dari natal. El alfabeto es diferente y los sonidos son extraños, pero para él el verdadero reto es que “no tengo un trabajo o un sitio en el que estar, no puedo leer, no puede concentrarme”.
Aprender francés es su primer paso hacia la integración. Younis hace hincapié en que está ahí por necesidad, no porque quiera limosnas. “No soy pobre”, dice. “Me gusta mi país. Vivía con mi familia. Si no tuviese que haber huido, viviría en Afganistán”.
Francia tiene aproximadamente 25 mil camas reservadas para demandantes de asilo, un número muy alejado de las necesidades reales. Casi 70 mil personas pidieron asilo en el país el año pasado, como parte de lo que Julliard llamó la “crisis migratoria sin precedentes” que enfrenta Europa.
Permitir que los migrantes se queden en edificios vacíos es una forma “pragmática” de acoger en Francia a personas que no pueden ser devueltas a sus países, recordó, ya que deportarlos a zonas de conflicto violaría las convenciones internacionales de derechos humanos.
El ministro francés del Interior, Bernard Cazeneuve, anunció en junio que Francia crearía 11 mil nuevos centros para solicitantes de asilo para el próximo año. Pero París, en colaboración con el gobierno nacional, “tiene que hacer más”, dijo Julliard. Este es el motivo porque la ciudad permite que los migrantes se queden en propiedades municipales como la antigua escuela secundaria, al menos por ahora.
Un antiguo hotel en el sur de la capital acoge también a unos 200 migrantes desde la semana pasada. Varios grupos trabajan juntos para gestionar estos albergues temporales.
Camille Arrignon, de 23 años, imparte las lecciones de francés a las que asiste Younis. Dice que los migrantes necesitan más que una habitación; los albergues deberían incluir clases de francés, ayuda legal y acceso a atención sanitaria. “Quiero defenderlos no por política sino porque son humanos. Como seres humanos tienen derecho a un lugar en el que vivir”, explicó.