A Tigres le corre atole por las rayas. Y no sólo por el repaso que les pusieron en la Final de Libertadores, sino porque entre lesionados, suspendidos, carentes de contundencia, últimos de la porcentual, unas mermadas Chivas demostraron por qué hay diferencias entre equipos chicos y grandes.
Los rojiblancos, a base de puro coraje, le sacaron a los felinos un encuentro que, si por calidad fuera, los del norte debieron ganar y no terminar pidiendo la hora con un empate a dos, que al final les supo a gloria.
Triste resultó la imagen de Nahuel Guzmán, arquero de Tigres, haciendo tiempo a 10 minutos del final y luego de ser alcanzados en el marcador por unas Chivas sin mucha calidad en la cancha, pero con un corazón de fuego, digno de su prosapia; ante un equipo pequeñito, arremangado contra su portería con el rosario en la mano para que no le dieran la vuelta.
De plantilla a plantilla ni siquiera hay comparación. Tigres es un trabuco, una aplanadora que debió apabullar al Guadalajara. Al menos así debió ser en el primer tiempo. Lo peor para el rebaño fue que se fue abajo en un tiro de esquina, donde Carlos Salcido, pese a su experiencia fue superado por el joven Briseño para, de cabeza, mandar al frente a Tigres al minuto 30 de la primera mitad.
El 2-0 llegó en la agonía previa al descanso, en un truco de magia de Gignac, quien hizo a ver cuál tronco a Salcido, para luego vencer a Rodríguez… fin del primer tiempo y parecía para goliza.
Pero en el segundo lapso Tigres aflojó y Chivas se encontró con un tanto gracias a un tiro libre de Raúl López al 57, que acortó distancias. Demasiado para una ofensiva tapatía que no produce, pero que encontró, en un disparo de Michel Vázquez sobre el 81, el empate a dos que, aunque los deja en el fondo de la porcentual, significa que aún hay diferencias entre equipos grandes y chicos. Chivas, que nadie lo dude, tiene mucho para dar batalla con la pura prosapia.