Después de 12 años frente al timón argentino, el kirchnerismo goza de cabal salud. Ni el desgaste natural que acarrea la vorágine del tiempo, ni el radio de corrupción cuyo foco es la Casa Rosada produjeron una catástrofe para el Frente Para la Victoria (FPV) durante las elecciones primarias del domingo pasado. En efecto, las primarias argentinas son una especie de pasarela sin partidos por la que desfilan musculaturas ideológicas variopintas.
Las paradojas ayudan a sortear la gravedad del entorno. Daniel Scioli no es el candidato elaborado en la sala artesanal del kirchnerismo pero escapa del radio de corrupción de Cristina Fernández.
El vicepresidente Amado Boudou, imputado. El ministro de Economía, Axel Kicillof, inmerso en el manejo de información confidencial para su propio beneficio a través de un fondo de inversión con Latam Securities. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, señalado como proveedor de efedrina, intenta esconder su inmunidad a través de la gobernación de Buenos Aires (aunque probablemente la ganará María Eugenia Vidal). O qué decir de la propia Cristina, socia de un hotel en Calafate entre cuyos usos y costumbres se encuentra el lavado de dinero.
El delfinario de Cristina se encontraba sin movimiento, vacío. De ahí que recurra a Daniel Scioli. El sempiterno despreciado por la presidenta. El 13 de enero de 2013, Scioli rechazó públicamente el exhorto de la presidenta de convertir sus dólares ahorrados en pesos por el imperativo que la escasez de divisas imponía en ese momento. Scioli respondió: “Tengo un problema físico que es obvio (perdió el brazo derecho en un accidente) y que me exige viajar una vez por año, y tengo que tener razonablemente disponibilidad de los recursos para mi tratamiento”.
Daniel Scioli fue vicepresidente de Néstor Kirchner, en 2005, en el Senado y en pleno debate sobre el presupuesto 2006, la entonces senadora Cristina Fernández acusó a Scioli de haber montado una operación de prensa en su contra. “Me enteré hoy por la lectura de los diarios que hay una conspiración mía para echar senadores por la ventana”, dijo en el estrado la senadora Fernández. Se refería a Rubén Giustiniani, desplazado de la comisión de Justicia del Senado de forma polémica.
Scioli se convierte en el flotador de Cristina. Paradójicamente el único candidato que puede representar un puente entre Cristina y Máximo, su hijo. Que aunque perdió la diputación en juego, la todavía presidenta se lo encargará a Scioli para que lo proyecte desde alguna chamba burocrática bajo el escenario de una victoria de Daniel.
Mientras que en Brasil la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff se encuentra bajo los escombros de Petrobras, el peronismo continúa relanzando viejas versiones del populismo; los números de popularidad de Rousseff ya cruzaron la línea roja, es decir, las conspiraciones sobre su derribo o renuncia forman parte de ejercicios cotidianos en los gimnasios de opinión, es decir, en los cafés, pero en Argentina un tercio de argentinos votó el domingo por la continuidad del kirchnerismo.
Algo más. El equipo de futbol sala Villa La Nata, cuyo dueño es Scioli, está por ingresar al mainstream del manicomio del que Messi no ha logrado entrar: la popularidad del futbol como el otro idioma en Argentina. El auténtico.
Lo que revela 38.1% de los votos que obtuvo Scioli el domingo es el fenómeno de la indolencia social. Una demografía que lo mismo es indiferente a la corrupción o la política. Un sector cuyo relato salvaje (en el sentido de la película del director Damián Szifron) de Cristina representa un cuento de hadas transmoderno. Como el relato de la misma Cristina un día después de la muerte del fiscal Nisman a través de Facebook: ilegible y absurdo.