Hace unos días, el Reforma publicó su encuesta de confianza ciudadana en algunas instituciones: 72% de los mexicanos desconfía del gobierno de EPN; 69% del Congreso de la Unión; 61% del INE, y 82% de los partidos políticos. El Ejército, la institución pública mejor evaluada, genera desconfianza entre el 45%. ¿Cuánta decepción social pueden soportar los cimientos de nuestra joven democracia? La idea es no llegar a conocer esa respuesta, claro está. Pero, ¿qué hacer?

 

El estudio “Confianza en el Gobierno –la importancia relativa de la satisfacción con los servicios, factores políticos y demografía” (Christensen y Lægreid, 2002), por ejemplo, llega a conclusiones interesantes sobre el nivel de confianza de los noruegos en su gobierno (gobierno entendido como el Parlamento, el gabinete, la administración pública, los ayuntamientos, los políticos y los partidos).

 

Primero, este tipo de confianza “muestra un patrón acumulativo”. Es decir, si una persona confía en una institución, tenderá a confiar más en las otras. Y lo mismo ocurre con la desconfianza. Esto refuerza la idea de que recuperar la confianza ciudadana debe ser un esfuerzo conjunto y no por partes. Segundo, las personas satisfechas con los servicios que reciben de las instituciones públicas muestran mayores índices de confianza (ej. salud, asistencia social, empleo, etc.)

 

Tercero, los ciudadanos más “integrados, involucrados y comprometidos” con su sistema político suelen tener “un nivel de confianza significativamente superior en la mayoría de las instituciones”. Esto no sólo significa tener conciencia política; significa que entre más se conoce a las instituciones, y entre más se interactúa con éstas, más confianza se les tiene. Por ende, se debe generar un círculo virtuoso de interacción: “si-tú-me-das-confianza-yo-me-acerco”.

 

Cuarto, “la posición social y los factores demográficos tienen influencia” en la confianza. Por ejemplo, la gente que trabaja en el sector público muestra mayor confianza en las instituciones, y las personas de mayor edad confían más en éstas que las jóvenes.

 

Por último, se menciona que “la integración, el involucramiento y el compromiso con el sistema político (…) es más importante para la confianza en las instituciones (…) que la función y el desempeño” de las mismas. Es decir que, en términos de confianza, se puede llegar a valorar más una interacción abierta y constante (la esencia del tercer punto) que, inclusive, la propia efectividad. Esto no significa que se debe priorizar la interacción social o mediática en detrimento de, por ejemplo, un servicio público (ej. una dependencia de salud reduciendo su gasto en equipo médico para canalizarlo a comunicación social). Es más bien un enfoque complementario: para propiciar esa “integración”, las partes del sistema deben garantizar un piso mínimo de sustancia que la soporte.

 

La distancia entre la desconfianza pública y el desencanto con la democracia es diminuta, por eso debemos combatirla en México. Sólo una política de Estado transversal y coordinada, respaldada por una base social y política considerable, podría cambiar la forma (el tipo de interacción que percibe la ciudadanía) y el fondo (elevar, con parámetros de eficacia y eficiencia, la calidad de lo que se ofrece y se entrega) del problema. Así mismo, achacar la desconfianza a un solo actor político (ej. gobierno federal) es un error. El problema es sistémico y requiere una solución sistémica.

 

#FueraFuero

 

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