WASHINGTON. No tenía que ser así: Cuando faltan seis meses para las primeras votaciones de una campaña presidencial, los candidatos deberían estar hablando sobre quiénes son y qué pretenden lograr en la Casa Blanca. En cambio, algunos de los precandidatos más conocidos para 2016 cargan con un bagaje pesado que los distrae de las conversaciones que quisieran mantener con los estadunidenses.
Quiéralo o no, Hillary Rodham Clinton tiene que hablar su correo electrónico, mientras que Jeb Bush tiene que tomar distancia de sus célebres hermano y padre. En tanto, Donald Trump sigue atizando las llamas sobre la política inmigratoria, algo que por ahora alimenta su campaña pero que podría acabar por incendiarla. Adicionalmente, otros precandidatos republicanos, lejos de difundir sus ideas, tienen que responder a las de Trump.
La situación de Clinton y Bush, aunque en cierta medida inevitable, es en parte culpa suya.
Tratándose de dos personalidades tan conocidas, la etapa presente de la campaña exige una buena dosis de ideas nuevas, según el encuestador republicano David Winston.
A falta de algo novedoso, “el relato tiende a derivar hacia lo negativo”, dijo Winston y esta tendencia se acentúa más que nunca en épocas en que el común de los votantes rechaza el discurso político vigente y el rumbo que ha tomado el país. Ninguno de los dos pudo evitar salirse de su rumbo, añadió.
Apenas se supo que Clinton había utilizado una cuenta y servidor de correo electrónico cuando era secretaria de Estado, la precandidata aún no anunciada comprendió que debería enfrentar las consecuencias, pero su campaña no comprendió la persistencia del problema y las investigaciones a que daría lugar.
Clinton optó por un lanzamiento de campaña discreto, de escuchar a la gente más que hablar, pero eso no sirvió para aquietar el torbellino. Adicionalmente, sus intentos posteriores de abordar temas como sus propuestas para la educación y la economía llegaron demasiado tarde para frenar los daños.
Ahora la precandidata, evidentemente exasperada, ensaya desde chistes hasta verificaciones de los hechos para dejar el asunto atrás. Culpa a la burocracia gubernamental, sus enemigos republicanos y los reporteros obsesivos por algo que su campaña considera un asunto exagerado, más allá de toda razón.
Cuando la prensa le preguntó sobre el particular por en Las Vegas, Clinton alzó los brazos y dijo: “ustedes son los únicos que me hablan de eso”.
Dan Schnur, director del instituto de política de la Universidad del Sur de California, sostiene que Clinton parece atenerse, al menos al principio, a una vieja estrategia.
“En la década de 1990 los Clinton aprendieron la lección de que no es necesario revelar desde el comienzo toda la información y que si uno sabe esperar, finalmente la tortilla se da vuelta”, dijo Schnur. “De modo que si bien mucha gente inteligente en su campaña le dice lo contrario, la naturaleza humana trata de llevarla a intentar la repetición de un éxito anterior”.
Por su parte, Bush sabía desde el inicio que tendría que diferenciarse de las presidencias de su padre y su hermano.
Tenía su respuesta -una de “yo tengo mis propias ideas y métodos”- bien ensayada y lista para usar.
Sin embargo, demostró torpeza cuando le preguntaron si hubiera invadido Irak como hizo su hermano. Adicionalmente, sus expresiones sobre “malhechores” y el peso de las decisiones que un presidente debe tomar reflejan claramente las de su hermano George W. Bush y atentan contra sus esfuerzos para diferenciarse.
Las campañas tanto de Clinton como de Bush hacen grandes esfuerzos para anticiparse a los retos y prepararse para enfrentarlos, dice Schnur, “pero siempre suena mejor en el cuartel de campaña que frente a la gente”.
“No es tan difícil, estando en un salón, elaborar una estrategia para enfrentar un problema previsto”, dijo Schnur. “El problema es que los otros candidatos y la prensa y los votantes no siempre reaccionan ante esa estrategia como uno quisiera”.
Mientras Clinton y Bush ensayan distintas tácticas para dejar atrás el bagaje indeseado, Trump no ha mostrado la menor disposición a dejar atrás la papa caliente de la inmigración, a pesar de que sus declaraciones han recibido críticas de algunos republicanos, además de los demócratas.
Trump se muestra satisfecho al aprovechar el malestar de un sector de los votantes y obligar a sus rivales por la candidatura republicana a pronunciarse sobre sus propuestas de construir un gigantesco muro en la frontera con México y negar la “ciudadanía por derecho de nacimiento” que se otorga automáticamente a los nacidos en tierra estadounidense.
Por ahora eso le permite “navegar en la cresta de una ola relacionada con su descaro”, dijo el cientista político Bruce Buchanan, pero a fin de cuentas podría costarle caro a Trump y a los republicanos en general.
Va de suyo que el partido que juró hacer las paces con los hispanos después de su pésimo desempeño en el sector en 2012, lo que menos quería en agosto era escuchar a sus precandidatos hablar sobre “anchor babies”, una alusión denigrante que se refiere al supuesto interés de una madre que no es ciudadana estadounidense de que su hijo reciba la ciudadanía automática al nacer en Estados Unidos. Según esa etiqueta, esa madre intenta que en el futuro su hijo sirva como ancla (“anchor”) en el país y que la madre y otros familiares puedan con el paso de los años recibir la ciudadanía o la residencia legal.
Para todos los precandidatos, muchos de los temas de conversación en agosto de 2015 bien podrían quedar olvidados cuando llegue el momento de votar el año próximo.
Sin embargo, esta cháchara estival no dejará de contribuir a la impresión general que causan los candidatos en los votantes.
“Dan forma al contexto en que los votantes toman sus decisiones”, dijo Winston. “Uno no quiere que el votante esté pensando en que `viene lastrado con mucho bagaje'”.