El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, cumplió esa semana los 100 primeros días de su mandato, tres meses que han puesto a prueba su liderazgo con crisis internacionales de gran envergadura como la que este sábado le llevó a la frontera de Colombia y Venezuela.
Veterano diplomático, Almagro ha tratado de sortear las limitaciones de su cargo y la división que bloquea a la OEA con una política más de hechos que de palabras en la que las visitas sobre el terreno han reemplazado a las grandes declaraciones.
La última señal de su estilo como líder la ha dado con la crisis fronteriza entre Colombia y Venezuela: se ha medido al milímetro en sus pronunciamientos pero este sábado arribó a la ciudad colombiana de Cúcuta para conocer de primera mano la situación de los deportados.
Esa potente imagen, que con toda probabilidad irritará a Venezuela, ha sido el gran consuelo de Colombia después del doloroso fracaso diplomático que este lunes le llevó a perder a última hora y por un solo apoyo la votación para convocar una reunión de los 34 cancilleres sobre esta crisis.
Para muchos observadores, entre ellos uno tan inusual como el diario The Washington Post, ese día la OEA volvió a decepcionar al rechazar abordar la crisis internacional más acuciante del continente cuando es el único organismo que aglutina a todos los países, salvo Cuba.
En esa reunión del Consejo Permanente quedó patente también que Almagro está lejos de conseguir una de sus grandes metas: devolver relevancia a la OEA en un contexto de alianzas regionales en ascenso como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Almagro no salió a defender el papel del organismo, por respeto a lo decidido por los países, pero quiso dejar claro que su OEA no guarda silencio ni se achica ante las crisis, como muchos críticos decían de la de su predecesor, José Miguel Insulza.
El secretario general se reunió al día siguiente con el alcalde de Cúcuta, Donamaris Ramírez Lobo, hizo suyo un rotundo comunicado de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y anunció una visita inmediata a la frontera.
Su política de palabra cauta y diligencia en la acción la aplicó también en la otra gran crisis internacional de estos 100 primeros días: el conflicto migratorio entre República Dominicana y Haití.
En esa ocasión envió una misión con el encargo de elaborar un informe que alertaba sobre la situación precaria de los desplazados y el riesgo de que algunas personas quedaran sin ninguna nacionalidad reconocida.
Su intervención en esta crisis le valió duras críticas del Gobierno de República Dominicana, contrario a que la OEA se inmiscuyera en su política migratoria.
Ese malestar se agravó por una declaración suya en la cadena CNN sobre La Española: “Es una isla. Generalmente cuando es una isla no hay dos países, hay un solo país aunque sea una isla grande como Australia. Esta es una isla pequeña con dos países”.
Estas palabras desataron una gran polémica en República Dominicana, aunque Almagro explicó enseguida que se le había malinterpretado y que nunca quiso insinuar la posibilidad de una unificación de la República Dominicana y Haití.
Poco después de ese traspié, se granjeó simpatías al deplorar en un discurso los actos de la OEA que “validaron” en 1965 la invasión estadounidense y “la intervención en este país torciendo el camino soberano elegido por su pueblo”.
Si algo obsesiona a Almagro, según cuentan quienes le conocen bien, es que a su OEA no se le puedan reprochar silencios ni ausencias en materia de derechos humanos y democracia.
Por eso ha querido materializar una de sus frases más significativas, “yo soy Gobierno y soy oposición”, añadiendo a sus visitas oficiales reuniones con la oposición de Uruguay, Guatemala, Jamaica, Venezuela y Belice.
La que más coste ha tenido para Almagro fue la que mantuvo en Washington el 27 de julio con el opositor y ex candidato presidencial venezolano Henrique Capriles, un encuentro que dinamitó la anunciada visita del secretario general a Venezuela.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, le advirtió que “o se está con los pueblos o se está con el imperio”, y el vicepresidente de Desarrollo del Socialismo Territorial, Elías Jaua, le acusó de ser un “antivenezolano” y un “traidor”.