Son verdaderas hordas de zombies, que arrastran un pesado fardo de sufrimiento y desgracia. El actual flujo migratorio mundial se asemeja al de los tiempos del éxodo bíblico, cuando los judíos se vieron obligados a huir de Egipto hacia el desierto, donde según la leyenda vagaron por 40 días y se alimentaban sólo del maná que les caía del cielo, antes de llegar a Canaan, la tierra “donde fluía la leche y la miel”.

 

En su piel desnuda, lacerada y tostada por el sol, entre la ropa hecha girones, se lee en un lenguaje que cualquiera entiende el inmenso sufrimiento de sus tierras de origen, asoladas por epidemias, dictaduras y guerras.

 

Pero el origen de la más grande oleada migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, que se refleja en 60 millones de desplazados, no es más Egipto pero sí el Medio Oriente, como Siria, Irak y Afganistán aunque otros vastos territorios castigados por las epidemias, las sequías, el hambre y las guerras civiles, como Eritrea, Libia, Myanmar, Centroamérica, Venezuela.

 

La “tierra prometida” lleva hoy el nombre de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia e incluso países improbables como Macedonia, Grecia, Hungría y México –éstas sólo como estaciones de paso- Turquía y Sudáfrica.

 

En medio de este gigantesco movimiento de personas que salen huyendo y llevan sólo lo que traen puesto, con “una mano adelante y otra atrás”, hay verdaderas “trampas mortales” que son lo mismo el desierto de Arizona, que el Río Bravo, el Mar Mediterráneo, el Mar Caribe, el Mar Hegeo, el Canal de la Mancha o el Golfo de Aden, donde los refugiados se apiñan en frágiles barcazas que se mecen por el oleaje y a veces se convierten en grandes tumbas colectivas donde no hay ni siquiera terreno firme para clavar las cruces.

 

El drama se ceba duramente sobre los más débiles, como las mujeres y niños que huyen de la violencia y cuyo número se triplicó, en particular de quienes huyen de la guerra en Siria, Irak y Afganistán, y llegan a Grecia y luego Macedonia, en la antigua Yugoeslavia, para seguir su camino hacia Europa, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

 

 

Mapa: Paul Perdomo

 

Se sabe que unas 3 mil personas transitan a diario desde Afganistán, Irak y Siria. Un tercio son mujeres y niños, según el vocero del Unicef, Christophe Boulierac, quien dice que el 12% de las mujeres están embarazadas.

 

Entre los años 1970 y 1990, las guerras civiles provocaron grandes mareas migratorias en una Centroamérica pero ahora la violencia de las Maras obliga de nuevo a huir a miles de salvadoreños, hondureños y salvadoreños hacia Estados Unidos y Canadá y cuando pueden a Europa.

 

Colombia empieza a sufrir el mismo drama por la crisis de Venezuela, que decretó hace poco el cierre de su frontera y al menos mil ciudadanos del primer país, 220 de ellos niños, fueron deportados luego de un incidente cuando una banda de contrabandistas atacó a una patrulla de la guardia venezolana, lo que dejó dos muertos y tres heridos.

 

Y en este drama no hay que ir muy lejos pues también cuentan los miles de mexicanos que se aventuran por las arenas ardientes del desierto de Arizona, bajo un sol que acuchilla, o se arrojan a las corrientes furiosas y traicioneras del Río Bravo, e inclusive por mar en la costa oeste de México para llegar a Estados Unidos,

 

Son las víctimas del “éxodo del miedo” que configuran la peor crisis humanitaria desde la segunda guerra mundial y se reflejan en 60 millones de desplazados por 42 conflictos armados, 400 desastres naturales y cruentas guerras civiles como la que desgarra a Siria e Irak, que tocan a las puertas de la opulenta Europa, ya suficientemente atareada en resolver sus propias urgencias financieras.