Una particular armonía emergió cuando Xavi Hernández, Carles Puyol, Gerard Piqué, festejaron la coronación española en Sudáfrica 2010 sosteniendo la bandera catalana. Armonía en la España Invertebrada a la que se refirió José Ortega y Gasset casi un siglo antes.
Dualidad imposible para algunos, pero indiscutible en la cancha, España había conquistado su primera Copa del Mundo y algunos elementos catalanes resultaron determinantes para tal gesta.
De ese tema hablé con Piqué unos años después, cuando su histórica generación acababa de levantar su segunda Eurocopa. Personaje articulado, dotado de no poca elocuencia y simpatía, de amplio vocabulario y cultura, el defensa refutaba que sea incoherente abogar por el derecho de Cataluña a decidir y al mismo tiempo representar deportivamente a España.
Palabras más o menos parecidas a las que ha dicho este jueves en una conferencia de prensa que, se especuló, podía implicar su despedida del representativo dirigido por Vicente del Bosque. Nada más alejado de la realidad, clamó: “Dejar la selección es lo último que haría porque le daría la razón a los que me silban. Dure un día, un mes o dos años, mientras me convoquen no voy a fallar. Voy a ir siempre si me llaman”.
Piqué acierta de lleno al aseverar que los silbidos que recibe no son por tensión política, sino por su ácida postura en la rivalidad Real Madrid-Barcelona. Necesario recalcar: regionalismos y afanes autonomistas al margen, una selección no pertenece más a los de un equipo o ciudad que a los de otro; el equipo de Italia es igual para sicilianos que para toscanos, el de Alemania para bávaros o prusianos, el de Argentina para rosarinos o porteños. En muchos de los ejemplos mencionados hubo tensión o ruptura por la relación no siempre exitosa entre los componentes del mosaico, pero es absurdo que la susceptibilidad merengue ante el Barça se traslade al territorio del conjunto nacional.
Piqué ha cometido errores (por ejemplo, cuando desafió groseramente a los policías que le habían multado o su reciente salida de madrugada de una discoteca), aunque no se le juzga con tal severidad por ellos: el linchamiento se atribuye casi estrictamente a su furibundo antimadridismo, algo esperable y hasta lógico en quien es barcelonista, desciende de directivos barcelonistas y surgió de la cantera barcelonista.
Vicente del Bosque, como todo director técnico de un país compuesto por poblaciones aspirantes a constituir su propio país, debe de hallar tanto la táctica como el equilibrio, aunque tampoco parece tan difícil (pensemos en Charles de Gaulle cuando declaró “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene 246 diferentes clases de queso?”).
Es común que las tensiones políticas y sociales, salten al futbol. No tanto, mas sucede, que las tensiones futbolísticas brinquen a la política. Lo segundo es lo que está aconteciendo alrededor de Gerard Piqué.
La España Invertebrada de Ortega y Gasset acaso se vertebró con el deporte, cuando su selección ganó todo en una estética integración en la cancha de sus regiones, historias, idiomas; la bandera catalana portada por Piqué, Puyol y Xavi demostraba esa doble posibilidad; los silbidos, aunque parezca, no la niegan: ser antimadridista no es ser antiespañol; en cambio, pitar a un blaugrana sí puede ser pitar a España.