Un terremoto como el de 1985 puede volver a ocurrir y aunque no se sabe cuándo, las estimaciones de los especialistas indican que la sacudida que produciría en la Ciudad de México podría ser dos o tres veces más intensa, afirmó en una entrevista con EFE el experto Víctor Manuel Cruz Atienza.
“Si ocurriera otro sismo de magnitud 8.1 u 8.2 sus periodos de oscilación podrían ser de dos a tres veces más intensos que los que se vivieron hace 30 años“, dijo Cruz, jefe del departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El especialista, doctor en sismología por la Universidad de Niza Sophia Antipolis (Francia), señaló que en México los terremotos “ocurren y seguirán ocurriendo y son de diferente naturaleza”, pero los más comunes de intensos son los que ocurren bajo la costa del Pacífico, en lo que se conoce como una zona de subducción.
Allí, la placa oceánica de Cocos pasa por debajo de la placa continental de Norteamérica.
Si un movimiento de la magnitud señalada ocurriera en la brecha sísmica de Guerrero, una franja 175,5 kilómetros entre el Puerto de Acapulco y el municipio de Papanoa, se daría el fenómeno que teme Cruz, aunque es imposible vaticinar el momento en que puede suceder.
“No podemos saber cuándo va ocurrir, pero sabemos que así será“, afirmó.
Las características del suelo en que está asentada la Ciudad de México, un “depósito de sedimentos, de arcillas, en cuencas que hubo hace miles años, con alto contenido de agua”, son las que producen una “amplificación muy grande” de las ondas sísmicas que provienen de la zona del epicentro del sismo.
“Sin importar dónde ocurrió la ruptura del terremoto, sea en la costa o en regiones más cercanas a la cuenca, cuando el campo de ondas entra al suelo de la ciudad se amplifica brutalmente” y puede llegar a ser “hasta 500 veces mayor”, explicó.
Cuando las ondas inciden en la cuenca de México “viajan más lentamente y por lo tanto la amplitud del movimiento se dispara”.
“Debido a ese mecanismo en la capital mexicana sentimos tan fuerte los sismos”, argumentó.
Hace 30 años, se pensaba que los reglamentos de construcción que existían eran adecuados para la dimensión de la amenaza sísmica en la Ciudad de México, pero esa fatídica mañana del 19 de septiembre reveló todo lo contrario.
“Las normas de construcción vigentes no correspondían a la amenaza, al peligro y a la dimensión de las sacudidas que podía inducir un terremoto. No había registros, no conocíamos lo que podía pasar, no había instrumentos y no se habían dado, en la era moderna del país, terremotos comparables”, resaltó.
Aquel sismo, de magnitud 8.1 en la escala de Richter, se dio en las costas de Michoacán, a más de 400 kilómetros de la Ciudad de México, y sorprendió “porque a pesar de la distancia las sacudidas en la ciudad fueron muy grandes”.
Debido al fenómeno, la comunidad científica internacional trató de entender porqué había ocurrido un movimiento “tan violento” en México, detalló.
Hubo además “una amplificación del movimiento de índole regional, también llamado multitrayecto”, es decir que “las ondas se dispersaron a lo largo del trayecto de propagación para hacer que el suministro de energía a la cuenca fuera mucho más prolongado que la misma duración de la ruptura del sismo”, indicó.
El especialista, con estudios de posdoctorado en la Universidad Estatal de San Diego, California (EU), destacó que ante los riesgos de un sismo lo esencial es aumentar la prevención, que ayuda a reducir la vulnerabilidad.
Destacó la importancia de la creación del Sistema Nacional de Protección Civil y del Centro Nacional de Prevención de Desastres, además de la alerta sísmica creada por el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico.
“Nosotros no podemos hacer nada contra los sismos; estos seguirán ocurriendo en la Ciudad de México, pero sí podemos estar mejor informados”, enfatizó.
Autor del libro Los sismos. Una amenaza cotidiana (2013), Cruz estudia actualmente los deslizamientos silenciosos que ocurren en la parte profunda entre la placa de continental y la oceánica, “terremotos que no emiten ondas sísmicas pero que producen una deformación significativa de la corteza”, para saber qué influencia tienen en los grandes sismos.
Además colabora con un equipo de expertos japoneses para instalar en el fondo oceánico, frente a la brecha de Guerrero (sur de México), once estaciones sismológicas y de presión hidrostática.
Con ellas se podrán registrar esos deslizamientos y entender hasta dónde puede ocurrir en México un sismo tan grande como los registrados en Japón en 2011 o en Sumatra en 2004, que provocaron tsunamis de grandes dimensiones. DM