Cuando los distorsionados sonidos de la guitarra eléctrica se terminaron, un rumor in crescendo tomó por asalto la casa. Empezó en la sala y de ahí pasó al comedor y a la cocina; poco a poco subió las escaleras y salió por las ventanas hasta impregnar todo el inmueble.
Eran personas charlando, riendo, haciendo bromas y contando anécdotas sin necesidad de pantallas entre ellos; sin necesidad de teléfonos celulares.
En una era en la que los distribuidores de películas en Estados Unidos están pensando en dejar pasar a los jóvenes al cine con los móviles encendidos para no “perder ese público”, pedirles a un grupo de muchachos que prescindan de sus teléfonos celulares es, como diría Fernando Savater en su Ética de Urgencia, “una batalla perdida”.
Por lo tanto, encontrar un grupo de jóvenes de la “Generación Y” sin celulares en las manos es como encontrar una pepita de oro en medio del desierto.
El sitio de los conciertos no viene al caso. Lo importante es el concepto, lo que se conoce como Sofar Sounds, un movimiento que organiza recitales íntimos en salas de casas con músicos consagrados o no.
Una “buena composición” fotográfica durante los conciertos masivos ahora incluye centenares de pantallitas entrometidas entre el público que ve las presentaciones en HD en lugar de seguirlas en vivo.
Así pues, un concierto con 75 personas como espectadoras prometía unas dos hileras de personas con celulares listos para tomar fotografías; sólo que ésta vez no hubo tal cosa. De los 75 millennials solamente tres grababan esporádicamente con sus teléfonos móviles y después volvían a sus lugares.
“Para disfrutar la velada mejor recuerden apagar sus celulares”, advirtió uno de los músicos antes de empezar el toquín y como por arte de magia todos obedecieron. A lo largo de las próximas dos horas nadie tocaría sus teléfonos.
Incluso, el organista de la última banda —ese que tocaba descalzo y con movimientos pachecos— llegó a enojarse cuando percibió que el celular de alguien estaba sonando
Su reacción fue pararse de inmediato y llevar el móvil a que sonara donde nadie pudiera escucharlo.
Fernando Savater había ganado la batalla.
Más allá del extraño rumor de la plática humana, muy distinta al tecleo de las pantallas de los smartphones, todo el Sofar fue sobre la música como su slogan prometía.
Los Hijos, El Negro y Los Sex se acomodaron y tocaron en la sala de la enorme casa de la colonia Chapultepec; el barrio más exclusivo de los años 80 y 90, justo cuando los millennials llegaban al mundo.
Los sonidos del concierto íntimo son extravagantes y exóticos; a veces, con Los Hijos, tienen toques tropicales y guapachosos provenientes de la costa michoacana. Los Sex los vuelven industriales con remates de metal y trash; usando distorsiones de guitarra que cualquier adulto en su sano juicio diría que “a cualquier cosa le llaman música hoy en día”.
El lugar se tenía que entregar a la una y se entregó, atrás quedaron las dos horas de tregua en las que los celulares y las manos se separaron junto a centenares de botellas y latas de cerveza, cigarros puros y churros de mariguana pero ahora que recuerdo los conciertos del Sofar Sounds son secretos, así que sshhh…