A diferencia de la derecha –que suele favorecer el individualismo, la propiedad privada, el libre mercado, etc.– y la izquierda –que promueve la igualdad social, el estado de bienestar, la intervención estatal, etc.–, el centro busca posicionarse a la mitad del espectro político para utilizar, según la coyuntura, medidas razonables de ambos lados. Esta postura, adoptada por políticos como el ex presidente Bill Clinton, el ex primer ministro británico Tony Blair o el ex mandatario costarricense y Nobel de la Paz Óscar Arias, está pasando de moda de manera preocupante.
Está siendo desplazada por opciones políticas que ofrecen soluciones radicales. ¿Cómo cuáles? Donald Trump, un derechista con un fuerte discurso xenófobo y hoy favorito para llevarse la candidatura presidencial republicana. Marine Le Pen, una ultraderechista francesa –con una postura similar a la de Trump en el tema migratorio– que, según una encuesta de Paris-Match, sería votada por 26% de los franceses. Jeremy Corbyn, el nuevo líder del Partido Laborista del Reino Unido e izquierdista radical que alaba la “revolución bolivariana” chavista. O el partido neonazi griego Amanecer Dorado, ubicado en el tercer lugar en aquel país. Y los ejemplos siguen.
Hoy, gracias al creciente acceso a la comunicación, las sociedades son menos tolerantes y más proactivas frente a la ineptitud gubernamental –uno de los detonantes del coqueteo social con los extremos–. Esto es una gran noticia. Pero a veces, en busca de soluciones, rumbo o simple consuelo, las sociedades escuchan con más atención a los radicales; empiezan a encontrar contundencia en sus palabras, lucidez en sus diagnósticos. Lo preocupante es que varios oscilan sutilmente entre el racismo, la xenofobia y/o el dispendio.
La izquierda moderada hace un gran trabajo logrando nuevas conquistas sociales y poniendo en la agenda pública temas como la desigualdad. Y la derecha moderada busca dar a todos una oportunidad para generar riqueza y propiedad. Con mesura, ambos lados tienen aspectos positivos y complementarios entre sí. Por eso debemos defender el centro: porque es el único puente entre un lado y otro, porque asume que las soluciones pueden venir de varios lados y porque admite no poseer verdad alguna.
Quienes dicen que el centro es oportunista, están en lo correcto. Esa es la idea, tomar lo mejor de ambos lados en beneficio de la sociedad; tener la sensibilidad para leer el entorno y actuar sin ataduras ideológicas de probada ineficacia o pensadas para contextos particulares. ¿Se imaginan un gobernante que no tomara una medida urgente debido a que “no es de izquierda/derecha”? ¡Qué preocupante que decisiones tan cruciales estuviesen en manos de románticos de la teoría política! El centro no necesita memorizarse dogmas para ser efectivo. Pero tampoco es perfecto, no representa la verdad ni la justa proporción de nada; es más, a veces es el área en donde se estancan las cosas. Pero en democracia son preferibles los debates complejos y profundos, en un marco de tolerancia, que cortos y coercitivos o que fomenten alguna injusticia.
El político centrista tiene una responsabilidad particular que otros no: cada que falla, la democracia pierde. Por eso el centro necesita nuevos defensores y un relanzamiento. En México, nos acercamos al dilema sexenal de elegir entre proyectos de nación, unos más centristas, otros más radicales. Nadie que de verdad quiera a este país buscaría mantener el statu quo de varios sectores. Para nada. Mucho debe cambiar, pero ¿de qué manera? El riesgo de jugar en los extremos es caerse del acantilado.
@AlonsoTamez