El festejo de Omar Bravo el martes pasado en el Omnilife, luego de anotarle a Monterrey, a toda carrera, estirando el escudo de Chivas hacia la afición con los dientes apretados, rabioso, con la furia del que escupe frustración, es el punto de fuga final a meses de tensión, a ser el líder de un equipo que él había calificado como “vacío”, “sin alma”, en franco llamado al resto del plantel, porque el capitán chiva nunca dejó de pelear.
No por nada Bravo hoy es sublíder de goleo con nueve tantos y va que vuela para conseguir su mejor marca en el futbol mexicano en la picota de su veteranía: tiene 35 años.
Ni en sus mejores épocas Bravo había conseguido tal paso goleador. En el lejano Clausura 2003 terminó el torneo con 10 goles (sin contar dos en Liguilla), apenas una más de las que lleva ahora, cuando aún falta más de un tercio de torneo por disputarse.
Su mejor certamen llegó hasta el Clausura 2005, cuando alcanzó la cifra de las 12 anotaciones, cantidad que nunca volvió a meter en su carrera, ni siquiera en el Clausura 2007, cuando era parte de aquellas Chivas que habían levantado el título en el Apertura 2006, en los años de miel de José Manuel de la Torre.
Hoy, ese veterano con el número nueve en la espalda puede presumir 155 tantos marcados en partidos de corte oficial con el Rebaño, nada menos que 130 de ellos en torneos de Liga, incluido con el que sentenció el triunfo ante Rayados de hace un par de días en la cancha de los tapatíos.
Seguramente que hace poco más de 15 días, cuando Bravo dejó correr su lengua para criticar a su equipo pensaba, como líder que es del Rebaño, en sacudir el orgullo de sus compañeros, picarles en lo más profundo de las entrañas; y si bien no frenó la salida del Chepo, él respondió en la cancha con goles: uno contra Querétaro, dos ante América y uno más ante Monterrey; cuatro en tres partidos; nueve en todo el torneo.
Sin duda, a sus 35 años, Bravo ha demostrado que con los años la bravura no se pierde, al contrario se acentúa.