Recuerdo muy bien que por aquellas épocas de juventud en que empezaban las fiestas y las salidas donde consumía alcohol, se dio una noticia terrible: decenas de personas murieron y otras más quedaron ciegas por ingerir alcohol adulterado en el estado de Morelos.
De ahí se agarraron en mi casa para enseñarme que sí hay peligros reales por consumir bebidas alcohólicas adulteradas. A partir de ahí huía de las barras libres y prefería tomar bebidas embotelladas como la cerveza.
Desde los años 80 hasta nuestros días las bandas de delincuentes han encontrado siempre la forma de traficar con alcohol adulterado o al menos de contrabando y aunque se intentan toda clase de medidas, ese ambiente general de impunidad ha permitido que sea un negocio creciente.
El dato es alarmante, hay estimaciones de que 40% del alcohol que se consume en México es adulterado.
¿Hay buen alcohol pirata? Hay quien dice que sí, que hay destilerías de aguardiente que tienen más calidad que muchas bebidas originales, pero la gran mayoría son sustancias sin control de calidad que causan efectos secundarios, desde una cruda memorable hasta la ceguera o la muerte.
La noticia dada a conocer recientemente por la Comisión Federal de Protección contra Riesgos Sanitarios y el Servicio de Administración Tributaria sobre el decomiso de más de un millón de litros de bebidas alcohólicas irregulares deja ver el excelente trabajo que hacen tanto Mikel Arriola como Aristóteles Núñez en sus respectivas responsabilidades.
Pero al mismo tiempo espanta el hecho de que pueda haber sueltas 985 mil botellas falsas circulando en el mercado mexicano.
No son la punta del iceberg, vamos ni siquiera se trata del iceberg completo. Estamos ante el océano mismo de alcohol chafa que nos estamos bebiendo los mexicanos.
¿Y dónde están todos esos millones de botellas, garrafas y hasta barriles de alcohol adulterado? En los mercados ambulantes, en vinaterías establecidas, en las barras libres, anaqueles de cantinas, restaurantes y bares. Sin importar qué tan caro sea el lugar, la tentación y la facilidad de vender marranilla existe.
Dejar de tomar esas bebidas no es una salida, porque pierden los productores originales y el consumidor se priva de lo que le gusta. El marbete escaneable es moderno pero no se ha hecho una campaña para acreditar esa práctica.
El que pide un trago no puede exigir que le abran una botella nueva cada vez que pide una cuba y tampoco se puede seguir al mesero hasta la barra para ver de qué botella saca el whisky.
Los impuestos al alcohol son altos, y así tiene que ser para ese grupo de productos que no son indispensables y que sí tienen relación con la prevalencia de diferentes padecimientos. Pero para que un impuesto pueda ser alto la impunidad tendría que ser baja y eso no sucede en México.
Las botellas adulteradas que se venden en México no son fabricadas por familias de montañeses que tienen sus barricas escondidas en el bosque, son grandes mafias bien organizadas que tienen todo un sistema de producción, importación, etiquetado, distribución y cobranza digna de grandes empresas. Nada fácil de esconder.
Cuide lo que toma, enseñe a sus hijos, desconfíe de lo que es muy barato para ser real, pida sin pena que le muestren la botella. Y aunque sea un licor original, tome con moderación.