Si el futbol se ha convertido en el instrumento más eficaz para poner a un país en el mapa, Albania por fin ha logrado clamar a cada rincón del planeta que faltaban ellos.
Durante décadas fueron los europeos menos comprendidos y más rezagados. Años en los que bajo pretexto de no alinearse y aislarse en su hermética república, todo era distinto y recóndito en Albania, incluido su deporte (apenas regularizó su participación olímpica en Barcelona 1992). Épocas en los que ha sido difícil ser inmigrante albano en cualquier sitio del continente (un amigo albanés en Atenas, tardó tiempo en atreverse a confesarme su lugar de procedencia; la razón, miedo a ser estigmatizado, perseguido o agredido).
Europa jugaba a acercarse, a derribar fronteras, a unificarse, al tiempo que los albaneses, a escasos setenta kilómetros de Italia (el Estrecho de Otranto los separa), vivían en su microcosmos, sin ver a los demás ni dejar ser vistos, rodeados de bunkers que brindarían escondite llegada la temida invasión foránea.
En 1997 una película de Hollywood (Escándalo en la Casa Blanca) podía jugar con la idea de inventar en los medios de comunicación un bombardeo a Albania, con tan revelador diálogo:
-¿Por qué a Albania?
-¿Y por qué no? (…) ¿Qué sabes de ellos?
-Nada
-¿Ves? Se esconden en sí mismos. Sospechoso. Digno de desconfianza.
Algo parecido era posible aseverarse de su futbol, del cual comenzamos a tener noticias a través de los inmigrantes que componen la mayor diáspora de Europa, que es la albanesa. Algunos cálculos establecen que fuera del país radica más del triple de su población: si en Albania hay menos de tres millones de habitantes, en el exterior la cifra podría ser de hasta diez millones.
La ampliación a 24 participantes de la Eurocopa 2016 ha permitido que esta selección se clasifique por primera vez a un gran certamen futbolístico, aunque, sobre todo, eso se ha precipitado gracias a la notable mejora en su desempeño. Todavía en la eliminatoria para Brasil 2014 finalizó en quinto lugar de su grupo; esta vez logró el meritorio segundo sitio tras partidos como la victoria sobre Portugal en Lisboa, el empate en Copenhague ante Dinamarca o el polémico cotejo suspendido en Serbia (las agresiones recibidas en Belgrado, el dron con el mapa de la “Gran Albania” sobre la cancha, los incidentes violentos, las reacciones políticas…, y esos tres puntos ganados en la mesa, sin los cuales Albania no habría calificado directo a la Eurocopa).
Si este representativo pudiera contar con todas sus estrellas, incluidas las nacidas de padres albaneses en Kósovo, sería un auténtico trabuco. Pilares de la selección suiza del tamaño de Xherdan Shaqiri, Valon Behrami y Granit Xhaka; uno de los delanteros con más futuro en el mundo, como Adnan Januzaj, quien eligió jugar para Bélgica; un defensor campeón del mundo con Alemania, como Shkodran Mustafi. Muchos de ellos, reivindicando permanentemente el origen: Shaqiri con la bandera albanesa junto a la suiza en los zapatos; Behrami con el águila bicéfala albanesa tatuada en el brazo; Mustafi haciendo con las manos, a cada festejo, una especie de águila.
El DT italiano, Gianni de Biasi, es el responsable del milagro. Hasta hace unos años, cuando se hacía referencia a los Balcanes, la gente solía asociar el término a lo que quedó de la antigua Yugoslavia o a países como Grecia, pero no a ese misterioso pedazo de tierra. Quizá lo que faltaba, tras tantos años de aislamiento y paranoia, era una noticia de este tipo: Albania, la más lejana al Euro, estará en la Euro.