Esta versión hípster de Robin Hood no caería igual de bien dirigiendo a los poderosos que se han repartido los grandes títulos de los últimos años y cuyas posibilidades les permiten comprar casi a cualquier jugador. ¿Bayern Munich en su país? ¿Barcelona o Real Madrid en España? ¿Alguno de los de Manchester en Inglaterra?

 

Jürgen Klopp prefirió asumir el timón del Liverpool, club que lleva muchos años con dificultades para recuperar la gloria perdida. Entre 1972 y 1990, los reds conquistaron once ligas y cuatro Copas de Clubes Campeones (actual Champions); desde entonces, nunca obtuvieron la Liga Premier y su único estandarte ha sido la Liga de Campeones 2004-05, con la celebérrima voltereta ante el Milán.

 

Es decir, que de ninguna forma puede afirmarse que este carismático DT alemán haya llegado a un sitio humilde, porque el Liverpool es de verdad legendario, aunque a la vista de lo acontecido en el último par de décadas, sí se trata de un cuadro que ha caído al segundo escalón del balompié europeo y que de momento vive una evidente crisis.

 

JÜRGEN KLOPP EFEKlopp parece haber aceptado las llaves de una institución acorde a su personalidad. Aguerrida, pasional, emotiva, heredera de un futbol cautivante que llegó a poner al continente a sus pies. Al mismo tiempo, lejana en presupuesto respecto a los más ricos del torneo y resignada a que su batalla por trofeos será poniendo corazón donde otros le superan en talento.

 

Cada equipo brinca a la cancha cargando con cierto inconsciente colectivo. El once del Liverpool irá impregnado eternamente de la ideología del patriarca Bill Shankly. Ese hombre que trazaba siempre una analogía entre sus pupilos y la situación económica de un puerto que fue elemental para convertir a la Gran Bretaña en el mayor imperio de la historia, aunque de pronto caducó en utilidad y se convirtió en foco de desempleo, pobreza, marginación.

 

No me cuesta imaginar a Klopp en las anécdotas de Shankly: aquella vez en que frenó el autobús a media carretera para que los jugadores comieran fish and chips sentados en la banqueta y entendieran cómo se alimentan quienes van al estadio; la tradición de que cada crack ha de quitar el lodo a sus zapatos; la asimilación permanente de que escuchar el himno You Never Walk Alone tiene grandes privilegios (por principio de cuentas, la incondicionalidad), pero más responsabilidades (estar a la altura de ella).

 

El pintoresco Jürgen Klopp, con una broma o sarcasmo para cada ocasión, tiene mucho en común con el temperamento scouser. Lo que no tiene es tanto tiempo. Si en Dortmund dispuso de un buen lapso para generar un inolvidable equipo, aquí habrá cierta exigencia de inmediatez. Su predecesor, Brendan Rodgers, habrá llegado a pensar que su proyecto contaría con mayor paciencia.

 

Nadie duda de lo que supondrá para la Liga Premier su mediática y explosiva incorporación. La incertidumbre girará en torno a su gestión: ¿replicará en Anfield Road el futbol en heavy metal del Borussia? ¿Logrará tal sublimación del juego de intensidad y presión, llamado gegenpressing? ¿Incrementará el rendimiento de elementos anónimos o poco valorados, como en Dortmund?

 

Si en la Europa más acaudalada he encontrado similitud entre dos sitios, no dudo que estos son la alemana Cuenca del Ruhr (donde está Dortmund) y el puerto de Liverpool. Por estar a la sombra económica de un poderoso país, por las vanas promesas de alcanzar en riqueza a la metrópolis, por la nostalgia de lo que se perdió, por la migración masiva a otras ciudades para trabajar.

 

Por ello me agrada ver a este Robin Hood hípster en Anfield. Por ello la fe en que sus revolucionarios y desafiantes métodos funcionen. Por ello incluso hace sentido la similitud de su apellido, Klopp, con la más icónica grada del estadio, conocida y adorada desde la guerra anglo-boer en Sudáfrica como The Kop.

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