Suficientemente complicada es la convivencia diaria entre una banda de veinteañeros millonarios y famosos, como para encima añadirle delirios y exabruptos de quienes los representan.
Cada que el agente de Gareth Bale hace exactamente lo opuesto a su trabajo (o sea, hablar en los medios de comunicación), mete a su cliente en un lío.
Fenomenal futbolista todavía con importante margen de crecimiento, con velocidad y disparo descomunales, soy de los que consideran que el Real Madrid pagó al Tottenham unos 20 millones de más a cambio del crack galés. Aunque en un principio pareció que eso le propiciaría una sombra, el ofensivo terminó siendo determinante para que los merengues ganaran dos títulos en su primera temporada (anotó su mejor gol en la final de la Copa del Rey y luego repitió en plenos tiempos extra de la final de la Champions League). No obstante, desde entonces vive sometido a cierto grado de criticismo.
Primero, tengo claro que si hubiera oportunidad de negocio para Bale en el modelaje o en la venta de calzones, su agente sería el primer interesado en explotado. Y, segundo, omite que si el portugués anuncia todo tipo de artículos, es a consecuencia de lo que sensacionalmente hace en la cancha, faceta a la que la publicidad nunca ha estorbado si se consideran sus insaciables y avasalladoras cifras goleadoras.
Dudo mucho que Bale se llegue a aproximar a la dimensión futbolística de Cristiano y el primer error aquí es entrar en comparaciones. El primordial trabajo de un representante es hacer que la única preocupación del futbolista sea jugar, darle serenidad para limitarse a la cancha. Ahora lo ha obligado a explicar, aclarar, matizar, sentirse señalado por algo que él no hizo.
En todo medio empresarial o corporativo, siempre se requerirá aligerar los afanes competitivos para que el colectivo gane. En el deporte de conjunto es todavía más difícil por culpa de dos elementos básicos: mucho dinero y mucha vanidad.
Charlando durante el pasado Mundial con dos legendarios caballeros del balón, Javier Zanetti y Raúl González, coincidían en que el primer problema de la estrella deportiva suele ser su familia o su representante. Lejos de tranquilizarlos e instarlos a enfocarse en trabajar, a menudo los desestabilizan, repitiéndoles cuán maravillosos son y cuán poco reciben a cambio.
Injusto que un profesional intachable como Bale, tenga que cargar con eso. Tan injusto como que futbolistas del calibre de Lionel Messi, cuyo nombre basta para que sean millonarias varias generaciones de su descendencia, se metan en problemas legales por evasión fiscal, consecuencia directa de quien los maneja y explota.