Al primer contacto resulta evidente que Abraham Romero no nació en México. Su hablar va cargado de ciertas dudas y cada oración separada por ese recurso tan estadunidense: “cuando recién llegué, aaaaammmm, los chistes de doble sentido, aaaaammmm, y me hacían muchos, aaaaammmm, y no entendía”.

 

Sin embargo, es cuestión de que la conversación avance para que el portero titular de la Selección MexicanaSub-17 se suelte y entonces ya sólo brote en su discurso alguna palabra en inglés cargada de la espesura propia del parlante nativo.

 

Es entonces cuando este gigante (1.90 es su estatura y asegura que sigue creciendo), resume la historia con una frase perfecta: “Mis papás fueron a Estados Unidos a buscar una oportunidad y ahora yo regreso a México buscando una oportunidad”.

 

ESPECIAL_Abraham-RomeroAbraham era la mayor promesa de Estados Unidos en una posición que históricamente han tenido espléndidamente cubierta: la portería: “Me convocaron en la Sub-13, Sub-14, para la selección de Estados Unidos, ahí fui titular hasta la Sub17. Sólo era el futbol en el que me sentía un poco raro de jugar allá, sentía que el escudo mexicano, la Selección Mexicana es lo que más me llamaba. No hubo discriminación, no hubo racismo. Pero la diferencia en cómo me trataban los de Estados Unidos y cómo me tratan la Selección Mexicana, es muy diferente. La cultura es diferente. Allá es más robótico, no te dejan decidir. Estoy a gusto en mi casa que es en Estados Unidos, pero quería jugar con México. Cuando le dije a mis papás ´yo me quiero ir allá a jugar con México´, mi mamá sí lloró un poco, mi papá feliz, no se puede describir lo feliz que se puso”.

 

Desde entonces, su carrera en el Galaxy de Los Ángeles se ha visto afectada, aunque admite con una madurez sorprendente a su edad, “tal vez son sólo cosas que tengo en la cabeza… Y también tiene que ver que he estado poco porque vengo mucho tiempo con México”.

 

El domingo, en el debut tricolor ante Argentina, pude ver a Abraham cerrando los ojos en el himno… Himno, reconoce ruborizado, cuya letra desconocía poco tiempo atrás: “Dos, tres meses después de llegar a la concentración, en Argentina, en esa gira, me la pasé leyendo el himno, leyéndolo y escuchándolo… pero es una sensación increíble, se me pone la piel chinita, ganas como de gritar, salir corriendo. Cerré los ojos porque no quería que se me escurrieran las lágrimas. Me dio ganas de llorar y no voy a llorar ahí”.

 

Quizá quería llorar por todo lo que han hecho sus padres por él. Por las dificultades del sueño americano que le hizo nacer en California, por la ilusión del sueño mexicano que le hizo vestir la casaca tricolor. “Mi papá salió de un pueblito de Veracruz. Ha tenido una vida muy difícil, muy pobre, muy muy pobre. Se fue de la casa a los ocho o nueve años, vivió en la calle, fue maltratado en la calle, lo golpearon. Él trabaja en la construcción y perdió algunos trabajos para ir a llevarme a algunos partidos. Mi mamá trabaja, limpia casas, y veo que los dos trabajan muy duro”.

 

Abraham Romero, con escasos 17 años, viaja al origen cargado de mucho de lo que le rodeó en su infancia: la comida, el idioma, la cultura, las rancheras, las historias que sus padres trajeron del otro lado de la frontera, el deporte, la melancolía inherente a quien se crio en un hogar inmigrante. Viaja al origen con conmovedora personalidad y no menos pasión. Sereno, convencido, ya desprendido del aaaaammmm inicial, asevera: “estamos para dar a México el tercer título, estamos para eso”.

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