Ser político no está de moda. Al menos en Guatemala.

 

El presidente electo del país vecino, Jimmy Morales, está a favor de la pena de muerte y de utilizar armas en defensa propia; ideológicamente se describe como un personaje “nacionalista cristiano” y de “centro”; es telegénico pero sin acentos en el esbozo de políticas públicas; dice pertenecer a una nueva clase de políticos pero viejos militares le ofrecieron la candidatura del Frente de Convergencia Nacional (FCN- Nación), el partido que ganó las elecciones.

 

Jimmy Morales se presentó a las elecciones presidenciales construyéndose una imagen que osciló entre candidato independiente y outsider, sin embargo, en su historia ya transitó en otro partido político, el Acción de Desarrollo Nacional (ADN).

 

En la popularidad mediática de Morales subyace el programa de televisión Moralejas, en donde él y su hermano actúan guiones deliberadamente cómicos, aunque la mayoría de las veces con calidad fallida.

 

Jimmy Morales acudió a votar el pasado domingo portando la camiseta de la selección de futbol chapina, anteponiendo el fervor patrio al ideológico/político; es partidario de que los símbolos hablen por él. Para Morales, la dosis electoral ganadora es ser nacionalista y cristiano, lo demás lo puso el azar, Otto Pérez Molina y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG).

 

Sumergidos en el desasosiego por habitar un país cuyo sector político está siendo devorado por la corrupción, siete de cada 10 guatemaltecos votaron el domingo por el cómico que tras su victoria será investido presidente el 10 de enero.

 

Jimmy Morales se emociona cuando habla de las múltiples manifestaciones sabatinas contra la corrupción del hoy ex presidente encarcelado Otto Pérez Molina, pero él no participó en una sola; destaca que miles de personas soportaron tormentas pero él no se mojó una sola camisa.

 

Al periódico El Universal de México, Morales reveló que, como Jaime Rodríguez, El Bronco, sustentó su campaña en redes sociales (27 de octubre); la realidad es que los sucesos que catalizaron la comunicación en las redes sociales fueron, primero, el destape del caso de corrupción La Línea; posteriormente, la renuncia de la vicepresidenta Roxana Baldetti; el encarcelamiento de Otto Pérez Molina, y finalmente, las elecciones en las que participó Jimmy Morales.

 

El azar lo colocó en la segunda vuelta electoral. Como bien escribe Carlos Pagni en el periódico argentino La Nación (en referencia al balotaje entre Daniel Scioli y Mauricio Macri), “(…) el ballotage no se trata de un método inocente. La elección presidencial con segunda vuelta resulta atractiva en las sociedades que creen cobijar algún demonio. Es decir: es una estrategia destinada no tanto a promover sino a impedir que gane alguien” (27 de octubre). Lo mejor para Jimmy Morales es que comprendiera que el domingo pasado siete de cada 10 guatemaltecos votaron en contra del sistema político.

 

No existe ningún problema de que un presidente electo haya trabajado como cómico. Lo grave son sus alianzas y sus mentiras. Algunos de sus aliados son señalados como militares represores que participaron en comandos durante el exterminio de mayas en la década de los ochenta y/o como corruptos. Dos ejemplos: Édgar Justino Ovalle ganó una diputación por el partido que él colaboró a fundar (FCN); es integrante de la Asociación de Veteranos Militares (Avemilgua) y en aquellos años fue asignado al territorio maya Ixil.

 

El teniente coronel Alsider Antonio Arias Rodríguez fue electo como diputado por Chimaltenango. En diciembre de 2005 fue acusado por defraudación aduanera.

 

Jimmy Morales y Donald Trump podrían ser los nuevos Polivoces; sin embargo, Morales no es tan cómico. ¿Cómo actuará haciendo el papel de presidente?