Guillermo del Toro no es un cineasta común y corriente. Para quienes hemos seguido su carrera desde que debutó con Cronos es evidente el amor y la admiración que siente por lo gótico, por todo tipo de monstruos y criaturas extrañas, por contar historias oscuras en las que lo sobrenatural juega un papel importante.
Pero dentro de todo ese universo de seres mitológicos y atmósferas lúgubres, Del Toro muestra un gran humanismo e, incluso, un lado romántico bastante peculiar. No, los romances que muestra en sus películas de ninguna manera pueden ser considerados comunes o usuales, pero a final de cuentas tiene un lado sentimental que suele jugar (al igual que los elaborados aparatos mecánicos que suele mostrar en sus filmes) un papel fundamental en la resolución de sus historias.
Lo anterior queda más claro que nunca en la que es su más reciente película, La Cumbre Escarlata, en la que realiza un sentido homenaje a uno de sus géneros favoritos, el romance gótico. El filme, coescrito por Del Toro y Matthew Robbins, ha sido erróneamente promocionado como una película de terror, razón por la que muchos quedan decepcionados al no encontrar la “nueva gran obra de horror” del cineasta tapatío.
Y también hay romance. El personaje de Wasikowska, al principio segura de sí misma y toda una feminista adelantada a su época (la historia está ubicada justo en los primeros años del Siglo XX), termina enamorada –y posteriormente casada- de un Baronet (Hiddleston), quien aparentemente es mucho más complejo de lo que aparenta a simple vista y que obligará a Edith a replantearse gran parte de sus creencias en el amor, la vida en pareja y, sí, en lo sobrenatural.
Del Toro presenta, entonces, un gran homenaje al género del romance gótico y a filmes clásicos dentro del mismo, como Rebecca (Hitchcock, 1940), Bride of Frankenstein (Whale, 1935), The Haunting (Wise, 1963), Jane Eyre (en sus múltiples versiones, la más reciente de Cary Fukunaga en 2011, con Wasikowska en el rol principal), e incluso de cintas más recientes como Los Otros (Amenábar, 2001) o su propia El Laberinto del Fauno (2006).
Su amor y talento por crear atmósferas oscuras y misteriosas (para las que se pinta solo) vuelve a mostrarlo con un diseño de producción impecable, una extraordinaria banda sonora a cargo de Fernando Velázquez y una fotografía que se convierte en otro personaje más, a cargo del danés Dan Laustsen, con quien Del Toro ya había trabajado en Mimic.
Pero más importante, crea personajes interesantes con los que es sencillo identificarse en diversos momentos. En este sentido, destaca el trabajo de los tres protagonistas: Wasikowska, Hiddleston y, en particular, Chastain, quien muestra que por igual puede dar vida a la comandante de una misión espacial a Marte (The Martian) que a una sombría mujer con un pasado misterioso.
No es, tampoco, una cinta que vaya a generar carretadas de dólares en taquilla. Pero así es el cine del tapatío. De todos sus filmes, el único que ha ganado más de 100 millones de dólares en taquilla (al menos en EU) es Titanes del Pacífico, pero se explica porque es el más comercial de todos.
Fuera de ahí, la gran cualidad de Del Toro es apostar por historias diferentes, que salen de lo convencional, aunque en el camino no obtenga los resultados económicos que se esperaban (al menos por parte de los estudios). Pero lo mismo le pasó a Kubrick y le ha llegado a pasar incluso a Spielberg.
La Cumbre Escarlata es ampliamente disfrutable si se ve como lo que es, una carta de amor al género gótico (del cual Del Toro es un maestro, más que del cine de terror per se) que seguramente será revalorada con el tiempo. Intensa, oscura, espeluznante por momentos y profundamente atmosférica, es una prueba más del talento de un atrevido cineasta que rompe con los cánones, de esos que no abundan y que tanta falta le hacen a los sueños proyectados en una pantalla de cine.