Lo primero que le ha sucedido al día más barato del año en Estados Unidos, que ha perdido clientes mexicanos, es que una semana antes le acomodaron los medios de comunicación y las organizaciones comerciales una temporada de descuentos que suena a un modelo copiado.

 

Desde hace cinco años se eligió el fin de semana largo que se formaba con el lunes de celebración del Día de la Revolución y se le dio forma a un evento donde los comercios participantes recibirían el crédito de estar otorgando precios en oferta.

 

Con la idea en mente, las organizaciones del sector privado, junto con el gobierno federal y la televisión dieron forma al proyecto. El diseño, arte, slogan, publicidad y demás imagen del Buen Fin es una creación de los medios electrónicos expertos en masas.

 

El Black Friday había logrado permear en algunas capas sociales del país que por su cercanía con la frontera o sus posibilidades económicas se sumaban a las ofertas del día posterior al Thanksgiving estadunidense.

 

Las primeras ediciones del Buen Fin fueron dentro de un mercado reprimido por la recesión de 2009 y las secuelas en la economía mexicana. Además, la agresiva política monetaria de Estados Unidos había llevado a la apreciación del peso frente al dólar, lo que daba una ventaja competitiva a los compradores mexicanos.

 

Un vuelo a Texas por 200 dólares y un poder de compra de 11 pesos por dólar animaban a los más conservadores compradores a experimentar el Black Friday.

 

Ya tenemos un primer acercamiento con los resultados del Buen Fin que terminó ayer, pero falta conocer el detalle.

 

Por lo pronto hay dos ventajas adicionales que podrían haber acreditado mejor al Buen Fin Sobre el Black Friday. La primera es que los satisfactores que se logran conseguir en este mercado ya son muy similares a los que se pueden conseguir en Estados Unidos.

 

Ya no tenemos una desventaja tecnológica tan marcada con los vecinos del norte como solía ser hasta hace pocos años. El smartphone más deseado llegó con tan solo un mes de retraso al mercado mexicano, con las pantallas, las computadoras y otros productos sucede lo mismo.

 

Hace falta competencia porque aquí siguen predominando pocas marcas en una gran variedad de productos, cuando allá sí hay una competencia real entre productores medianos y locales.

 

La segunda razón es el tipo de cambio.  La economía mexicana no ha traspasado del todo el impacto inflacionario a muchos productos. Hay algunos que evidentemente sí lo resienten, como la tecnología, pero otros productos similares o idénticos hoy son más baratos en pesos que en dólares.

 

Por ejemplo, el precio base de una consola de videojuegos en México es 300 pesos más barato en una tienda departamental que en un supermercado estadunidense. Ahí aplica el descuento que acá es de 20%. Quién sabe si 30% allá amerite el viaje.

 

En muebles y enseres domésticos los precios acá son notoriamente más bajos, sin pago de envío, con garantía y en una de esas hasta deducibles.

 

Entonces, la buena acreditación del Buen Fin y el momento de depreciación del peso frente al dólar le dieron a esta pasada edición del Buen Fin una mayor equidad en la competencia frente al viernes de la próxima semana.