La tecnología nos ha hecho más sanos, longevos y productivos. Pero también nos ha hecho menos pacientes, más distraídos.
Ha llevado agua, comida y educación a los lugares más recónditos del planeta. Y también ha elevado nuestra capacidad de destrucción y muerte a niveles inimaginables. Como toda moneda, tiene dos caras. Pero cuando la tecnología optimiza a costa de empleos, ¿cuál de las dos se está mostrando?
En 2013, los académicos de la universidad de Oxford Carl B. Frey y Michael A. Osborne publicaron el estudio “El futuro del empleo: ¿qué tan susceptibles son los puestos de trabajo a la computarización?”.
En éste evalúan el nivel de riesgo –alto, medio o bajo– que tienen 702 ocupaciones distintas de ser reemplazadas por computadoras o robots. Su principal conclusión es que cerca de 47% de los empleos en Estados Unidos están en alto riesgo de ser automatizados dentro de las próximas dos décadas. Los puestos más afectados serían aquellos en los ramos del transporte, la logística y la producción industrial, así como los de las áreas administrativas en general.
Es probable que un auto que se maneje solo –como el de Google– reemplace a taxistas y a choferes de Uber, que drones dejen sin empleo a repartidores de paquetería y que guardias de seguridad pronto sean suplantados por máquinas o androides. En Japón, el hotel Henn na ya cuenta con robots para recibir huéspedes, limpiar cuartos y cargar maletas.
Esos puestos pudieron haber sido para una recepcionista, una camarera y un botones.
Un conocido mío es socio de una empresa de telemarketing –contacto directo, por teléfono u otros medios, entre un asesor y un cliente–. Me comentó que en aquel ramo, por ejemplo, ya existe software de reconocimiento de voz –tipo Siri, de Apple–, capaz de reemplazar a una gran cantidad de personas. El problema es de incentivos. ¿Qué empresario querría contratar a un humano débil, con necesidades fisiológicas y derechos laborales, en lugar de una máquina que no tiene hora de comida ni hace huelgas?
Así mismo, el debate de elevar los salarios mínimos en varios países –lucha por demás justificada–, puede desincentivar aún más la contratación por parte de las empresas.
No hablo de una visión apocalíptica en la que seremos esclavizados por robots. Hablo de un tema mucho más preocupante: el desempleo y sus consecuencias sociales. Los puestos de trabajo siempre han evolucionado con los avances tecnológicos, pero el problema, como dice Frey, es que en esta ocasión “el cambio tecnológico está ocurriendo aún más rápido, y puede afectar a una mayor variedad de puestos”. Ya que sería absurdo tomar una postura antitecnología, abordar esta problemática es, de cierta manera, una carrera contra el tiempo para encontrar nuevos esquemas y tipos de empleos.
Este debate se empieza a dar en Estados Unidos y en partes de Europa y Asia. En México no debemos esperar a que sean las cifras de desempleo las que nos orillen a entrar a la discusión. ¿Quién, en este país, está previendo este problema? ¿Quién está proyectando el impacto de la creciente computarización de las industrias y sectores nacionales? ¿Quién está explorando nuevas fuentes de trabajo ante este muy probable escenario?
En 1962, el poeta y novelista francés, Jean Cocteau, grabó un mensaje para el año 2000. “Espero que no se hayan convertido en robots”, dijo el también cineasta y pintor. A 15 años del destino inicial del mensaje, muchas veces olvidamos que detrás de los datos, las gráficas y las decisiones, hay vidas humanas. Así piensan los robots.