La educación en México. La causa y solución a todos nuestros problemas. El común denominador en las sobremesas que arreglan el país cada domingo. “El problema es la educación”, hemos dicho o escuchado. Entendemos sin dimensionar; es un asunto tan grande y tan tardado que solemos desviarnos a la inmediatez: los últimos decapitados, el nuevo escándalo de corrupción, el próximo huracán. Tan es así que, según el INEGI, sólo 22% de los mexicanos considera la educación como el principal problema en sus entidades federativas; lo primero es la inseguridad con 58.1% (ENVIPE 2014).

 

Eso es priorizar la inmediatez, pero no significa que seamos indiferentes ante la educación. Sólo significa que, primero que nada, no queremos ser asesinados o secuestrados. ¿A qué voy? A que la educación debe ser la prioridad implícita de todos los gobiernos de México. Como lo expuso José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE: “para asegurar el éxito (…) es necesario concebir dichas reformas [en materia educativa] como una prioridad nacional”. Sí, se gobierna un país a través de muchas áreas, y la educación siempre está ahí, pero no siempre está interconectada con todos los temas ni apoyada por todas las áreas. Ese nivel de priorización sólo lo puede establecer quien gobierna el país. Somos muchos los que pensamos que México necesita un presidente de la educación, que entienda que cada niño en el que no se invierte es un cerebro perdido, y tal vez, un Mario Molina o una Olga Sánchez Cordero que no brillaron porque el sistema les falló.

 

Ninos_Educacion_Basica-4Según Parametría, 44% de los mexicanos cree que la reforma educativa beneficiará al país; es la mejor evaluada de las estructurales. Así mismo, indica que la ciudadanía ya percibe avances en temas como la calidad educativa, la evaluación docente, el número de escuelas de tiempo completo y la menor disponibilidad de alimentos chatarra en escuelas, entre otros (Evaluación presidencial, reformas y preferencia electoral 2014).

 

Por esto, llama la atención el caso de Aurelio Nuño, el secretario de Educación Pública. Si logra un buen papel en el escritorio de Vasconcelos, podrá construir un discurso sumamente potente rumbo al 2018. ¿Por qué? Porque Aurelio Nuño, mezclando su paso por la SEP, su manejo de la reforma educativa y la importancia de la educación como base de toda nación exitosa, podría apropiarse fácilmente de esa bandera. En un debate lo imagino diciendo: “para enfrentar la corrupción, educación; para combatir la inseguridad, educación; para ser más competitivos como país, educación. Yo, mexicanas y mexicanos, seré el presidente de la educación”. Si cumple, Aurelio Nuño tendrá toda la autoridad para decir que él encabezará la segunda etapa de la transformación educativa iniciada en este sexenio.

 

Si ya tuvimos un presidente que le declaró la guerra al crimen organizado –aquel que puso al yerno de Elba Esther Gordillo de subsecretario de Educación Básica–, podríamos tener un presidente que le declare la guerra a la baja calidad educativa, a las escuelas mal equipadas, a la deserción y a la mafia magisterial. Sospecho que sería un discurso bien aceptado, pero no sólo se trata de mercadotecnia política. México realmente necesita un mandatario que haga del tema la prioridad indiscutible. La pasada reforma educativa es una buena primera etapa, pero la transformación del ramo no es una, son varias y deben ser periódicas.

 

Aún falta para 2018. Y estar parado sobre el material con el que se construye el futuro no es cosa fácil. Aurelio Nuño podría caer mañana o no. Lo único seguro es que la dimensión del problema no necesita un secretario de Educación. Necesita un presidente.