PARÍS. Dos semanas después de los terribles atentados de París, el mundo se dio cita en la capital francesa para enfrentar lo que muchos jefes de Estado y gobierno coincidieron en llamar como el mayor desafío de la historia: el aumento de la temperatura global. “Nunca una conferencia recibió tantos dignatarios pero nunca estuvo tanto en juego: el futuro del planeta y de la vida misma”, dijo François Hollande, el presidente de Francia y anfitrión de la COP 21.

 

En su estela, los mandatarios de las mayores -y más contaminantes- potencias económicas del mundo como el estadunidense Barack Obama y el chino Xi Jinping urgieron a todos los países a sumarse a las medidas destinadas a limitar el calentamiento global a dos grados centígrados en 2100.

 

“He venido aquí personalmente para decir que EU no solo reconoce su papel en la creación de este problema, sino que también asume su responsabilidad de hacer algo”, sentenció Obama.

 

Antes de intervenir en el plenario, Obama se reunió a puerta cerrada con Xi. Existen pocas dudas de que el éxito o fracaso de la conferencia dependerá en buena parte de la sintonía que logren los dos gigantes.

 

Sin embargo, ya desde las primeras intervenciones se apreciaron las primeras grietas, que subrayaron una obviedad: se barruntan unas negociaciones a brazo partido, con países en desarrollo poco dispuestos a renunciar al crecimiento y con otros, productores de energías fósiles, que no quieren perder su fuente de ingresos.

 

Las advertencias llegaron de Estados como la India, cuyo primer ministro, Narendra Modi, insistió en que las naciones desarrolladas tienen que “afrontar una responsabilidad histórica” porque “disponen de los mejores medios para proceder a las reducciones” de emisiones.

 

“Es justicia climática. Los países en vías de desarrollo deben mantener el espacio suficiente que permita el desarrollo”, indicó Modi, que tiene el objetivo de que 300 millones de indios accedan a la energía, algo que hoy por hoy no pueden hacer.

 

Ese concepto de “justicia climática” fue invocado por Hollande, antes de sentar las bases para la negociación: el acuerdo que reemplazará al Protocolo de Kioto deberá ser universal, diferenciado y vinculante, incluir mecanismos de revisión al alza de los compromisos nacionales cada cinco años y contar con la solidaridad de todos los Estados que lo rubriquen.

 

Casi 190 países han suscrito los objetivos nacionales (INDC, por sus siglas en inglés), aunque estos son voluntarios y su cumplimiento no es jurídicamente vinculante.

 

Por eso, el día de la inauguración de la COP21 estuvo regado ante todo de buenas intenciones y bellas palabras, aunque no de anuncios sorprendentes.

 

Sí se desgranó cierto número de iniciativas en paralelo a los discursos, entre las que destacan una alianza solar impulsada por Francia y la India que agrupa a una treintena de países, una campaña para fijar precio a las emisiones de carbono o un proyecto para duplicar la inversión en energías limpias suscrito por 20 Estados y respaldado por Bill Gates, el millonario fundador de Microsoft.

 

Por su lado, el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon “París es el punto de inflexión. No hay vuelta para atrás”. Recordó que el 100% de las emisiones globales estaban cubiertas por las contribuciones nacionales. Estas son las propuestas elaboradas por los países para alcanzar, según sus posibilidades y necesidades, el salto hacia una economía limpia. Por eso, pidió un acuerdo duradero, dinámico y flexible y solidario, que también sea creíble.

 

Por delante, hasta el 11 de diciembre (si se cumple, algo que rara vez sucede, el calendario previsto), quedan casi dos semanas de negociaciones. Primero será el turno de los técnicos, que despejarán el camino para los ministros, a partir del lunes que viene.

 

Nadie en París quiere pensar en la palabra fracaso, pero prácticamente nadie se atreve tampoco a pronosticar que la COP21 alumbrará un pacto que evite al planeta un calentamiento de efectos impredecibles.