Por atractivo o criticable que sea el tema, no era el momento de debatirlo. Hablar de la expansión de la Copa del Mundo en este preciso instante, sería como hacerlo sobre reformar los ritos católicos más esenciales en momentos en los que no ha brotado humo blanco y todavía se desconoce quién será el nuevo Papa.
Más aun, no es sólo que la FIFA esté acéfala, sino que su caos no halla límite con arrestos de altos dirigentes a cada semana (y muchos de quienes quedan, sometidos a severas dudas; entre ellos han de verse, sigilosos y suspicaces, meditando quien seguirá en la caída del dominó). Es decir, primero parecería indispensable ordenar la casa y después proceder a discutir el formato de un Mundial tan lejano como el de 2026.
Sucede que un Mundial con 40 participantes, un aumento de 25%, incrementa las dos principales herramientas de seducción para los directivos: por un lado, 32 partidos más que se reflejan directamente en mayores ingresos; por otro, ocho boletos adicionales, que se traducen en votos, en perpetuar el poder, en máximos mecanismos de convencimiento ante las confederaciones que terminen quedándoselos (precisamente la fórmula utilizada por Michel Platini cuando accedió a la presidencia de la UEFA: esa Eurocopa que de 2012 a 2016 ha pasado de 16 a 24 selecciones asistentes).
En este particular instante, la FIFA debe de limitarse a reformular un esquema que tiene demasiados años de putrefacción. Haber discutido hoy algo sobre la composición del Mundial 2026, fue completamente absurdo, más allá de que la decisión se haya pospuesto por falta de acuerdo.
El cambio en la FIFA, queda claro, no será desde su interior. Necesita emerger alguna figura externa con integridad moral, que ame al futbol pero nunca haya sido parte de él, para ejecutar la genuina reforma, para acabar con los recurrentes pagos por debajo de la mesa, para dar sensatez al proceso de elección de sedes mundialistas, para regular las facultades del presidente, para dotar de auténtica autonomía a los órganos que han de supervisar a los directivos, para equilibrar la compleja posición política del organismo.
Ha sido tan mala la suerte de la FIFA, que otra vez su asamblea ha abierto sacudida por la detención horas antes de altísimos cargos; hablamos nada menos que del tercer presidente consecutivo, tanto de Conmebol como de Concacaf, enfrentados por la ley.
Señal clara de que las réplicas del terremoto de mayo, no han concluido. Señal clara de que todavía no sabemos quiénes continuarán ahí. Señal clara de que no es momento de pensar en eventos tan lejanos como ese Mundial 2026, cuando ni siquiera hay certeza de si Qatar organizará el de 2022.