ROMA. La falta de suelo, más que un obstáculo, ha servido de impulso para desarrollar los huertos de plantas que crecen en vertical sin hundir sus raíces en la tierra, si bien dependen de otros recursos que incrementan su coste.
Ya sea en una vivienda particular o en una granja de dimensiones industriales, los huertos verticales se han ido multiplicando en lugares tan dispares como Singapur, Estados Unidos, la franja de Gaza o la Antártida.
En ellos se cultiva sin usar el suelo, a veces mediante sustratos como piedra pómez o grava, otras veces directamente introduciendo las raíces de las plantas en soluciones acuosas.
El método más común es el hidropónico, que permite evitar enfermedades y pestes presentes en el suelo, así como manipular el suministro de agua, luz y nutrientes para mejorar la producción.
También ofrece la posibilidad de cultivar en las ciudades o allí donde la tierra escasea y es motivo de disputa. En un inicio, no obstante, se concibió como un asunto de salud pública.
El profesor emérito de Salud Pública de la Universidad de Columbia de Nueva York Dickson Despommier señala a Efe por teléfono que en sus clases fluían “muchos pensamientos negativos” cuando se abordaba la relación entre el ambiente y enfermedades como el cáncer o el asma.
En un intento por evitar los impactos negativos, en 1999 sus alumnos pensaron en cultivar los alimentos en las azoteas de los edificios y, tras los malos resultados, optaron por hacerlo en el interior de las casas.
“Cuanto más ridícula parecía la idea más interés suscitaba”, asegura el considerado como padre de la agricultura vertical, que recuerda cómo se empezaron a diseñar edificios para sacar el máximo rendimiento agrícola del espacio.
Desde entonces, en tan solo unos años han surgido cientos de proyectos y, entre las razones de la expansión, Despommier cita el desastre nuclear de la central de Fukushima en 2011.
Ante la negativa de los ciudadanos a consumir lo que se cultivaba en el suelo por miedo a la radiación, Japón se lanzó a financiar investigaciones e iniciativas con cultivos hidropónicos en recintos cerrados y con sistemas de filtración del aire para evitar la contaminación.
A esa tendencia se han unido países como Corea del Sur, China o Singapur, que además es una de las ciudades más densamente pobladas del mundo (cinco millones de habitantes en apenas 710 kilómetros cuadrados) y fuertemente dependiente de la importación de alimentos.
También está cobrando fuerza en Estados Unidos, donde se calcula que la inversión en agricultura de interior llegará a los nueve mil millones de dólares.
Construir una estructura de huerto vertical cuesta entre uno y cuatro millones de dólares, apostilla Luca Nardi, investigador de la Agencia italiana para las nuevas tecnologías, la energía y el desarrollo económico sostenible (ENEA).
Algunas de sus formas más típicas: áticos en edificios industriales, invernaderos hidropónicos colocados en planos superpuestos, contenedores y modelos a pequeña escala adaptados para el hogar.
En muchos casos la luz natural se sustituye por otra artificial, un coste adicional a tener en cuenta a pesar de que, como dice el vicepresidente de la Asociación para la Agricultura Vertical, Maximilian Loessl, los avances en tecnología led están mejorando su eficiencia, la cual “se dobla cada ocho meses mientras los precios caen a la mitad”.
Además, una luz manipulada en un ambiente cerrado permite alterar el crecimiento y el aspecto de las plantas o hacerlas más nutritivas y con distintas propiedades sin necesidad de modificarlas genéticamente, unas posibilidades que ya están explorando empresas farmacéuticas, químicas y de cosméticos.
En algunos centros urbanos han aparecido invernaderos comunitarios en los que el producto se vende orgánico y directamente en el día, sin que tenga que recorrer miles de kilómetros desde su punto de producción.
“Frente a la globalización, pago más pero compro local por un producto que conozco y es de mayor calidad”, remarca Nardi.
Despommier agrega que la clase media de muchos países desarrollados se puede permitir pagar más por este tipo de comida, cuyo precio “seguirá bajando a medida que la industria crezca”.
En ese futuro inmediato, existe otra gran duda: ¿Habrá que conformarse con hierbas y hortalizas o se podrán cultivar productos básicos como el arroz o la patata?
Son opciones que se están investigando y que, según Loessl, todavía no son viables por el excesivo gasto energético para garantizar la luz y las condiciones de enfriamiento. Pero tiempo al tiempo.