Este 15 de diciembre empieza la vigencia del nuevo Reglamento de Tránsito del Distrito Federal, el cual ha generado opiniones encontradas en la sociedad. Por un lado, está la incomodidad de automovilistas por el incremento en los montos de las multas y las nuevas restricciones como la velocidad máxima y la vuelta continua. Por otro, la exigencia de organizaciones de la sociedad civil para contar con disposiciones normativas que favorezcan la convivencia en las calles y, antes que nada, proteger las vidas humanas.
La aplicación del nuevo reglamento enfrenta un gran reto: salvar vidas. El gobierno de la Ciudad de México se ha subido (con superficialidad) al discurso de la “Visión Cero”, cero muertes por incidentes de tránsito. El Reglamento de Tránsito, por contribuciones de organizaciones sociales, comienza a abordar ese enfoque, pero en realidad estamos muy lejos de ello, así que “Visión Cero” es sólo una careta propagandística, a no ser que nos pongamos de acuerdo para andar en esa dirección.
Los policías no saben qué reglamento van a aplicar y lo más probable es que, como de costumbre, comiencen a aplicar sanciones a criterio, sin realmente estar mirando por la seguridad de las personas. Algunos políticos comienzan a montarse en discursos fáciles como la derogación del reglamento o la posposición de su puesta en marcha, más para ganar reflectores que por una política pública.
El Reglamento de Tránsito cuenta con conceptos avanzados como los del artículo 16, internacionalmente conocido como “Idaho stop”, que permite a los ciclistas pasarse los altos. ¿Comprende la sociedad algo así? ¿Lo hemos comunicado o lloverán las quejas porque hay más ciclistas pasándose los altos? Yo creo que ni el secretario de Movilidad, Héctor Serrano, sabe que se incorporó este concepto.
Ante la obligación de limitar la velocidad en vías primarias a 50 km/h he escuchado frases como “pero si la velocidad promedio es de 15” o “ahora habrá más tráfico”. No estamos comunicando que nuestras reglas viales deben estar basadas en una estrategia de mejor convivencia y de reducción de muertes más que en la generación de placer. Se reglamenta el tránsito, no la generación de adrenalina.
Multar peatones parece una buena idea desde el auto, pero es una pésima práctica porque induce la persecución al usuario más vulnerable de la calle; hacer obligatorio el uso del casco limita el potencial de uso de la bicicleta; centrar la responsabilidad en los vehículos motorizados sí salva vidas, nos guste o no. Necesitamos fomentar el manejo defensivo, contra el agresivo que hoy predomina.
Está claro que la convivencia entre automóviles y bicicletas no está funcionando bien. No sólo hay ciclistas atropellados, hay agresiones constantes. Hace unos días, el conductor del Toyota Yaris 180VXK se bajó golpear a mi amigo Elías Cattan porque le pareció que le estorbaba en una calle de un solo carril de circulación, curiosamente en la esquina del domicilio del Jefe de Gobierno.
Para cientos de miles de automovilistas es normal que su auto invada la banqueta, con pretextos tales como “un momentito” o “ahí cabes”. Hace unos días, Héctor Serrano proponía que los ciclistas circulen por los carriles del trolebús; pero en mi último viaje en bicicleta por el contraflujo de Eje Central me encontré una docena de autos en sentido contrario, echando lámina e insultando.
El nuevo reglamento puede estar condenado al fracaso si la sociedad no llega a un acuerdo. ¿Queremos movernos como hasta ahora? ¿O queremos movernos con seguridad? Muchas cosas nos faltan hacer aún en materia de difusión y conciencia respecto a este nuevo Reglamento de Tránsito, pero yo voy más allá: necesitamos ponernos de acuerdo en cómo desplazarnos. La vida por encima de todo, pero para proteger la vida necesitamos respeto a la vida misma.