Su perseverancia ha sido tal, que referirla suena a lugar común. No es que Javier Hernández tardara cinco años en encontrar su sitio en Europa. Es que en donde estuvo y como estuvo, supo hallarlo; acaso por eso, en cuanto dejo de serle necesario abrirse un hueco porque el equipo que lo contrataba ya lo hacía para él, su explosión ha sido más que inmediata.
Otra vez el apodado Chicharito ha anotado para Bayer Leverkusen. Otra vez como en 17 tantos que hasta antes de este martes ya sumaba en la campaña. Otra vez como ha sucedido en su carrera con impactante asiduidad (si en Inglaterra llegó a tener el mejor promedio goleador por minuto jugado, ahora nos recuerda el tuitero Mr. Chip que en Europa nadie ha marcado tantos goles como él en los últimos 13 cotejos).
La insistencia en las facetas del juego que no domina y en sus fallos en ocasiones insólitos, no hacen más que agradar la figura de Hernández Balcázar: un futbolista que se fue haciendo sobre la marcha y mientras jugaba, ni más ni menos, que en los dos clubes más mediáticos del mundo. Es decir, que lo que muchos cracks moldean en divisiones inferiores, en momentos en los que no se espera nada de ellos, en etapas adolescentes en las que hay mayor predisposición natural para el aprendizaje, Javier lo ha complementado bien entrado en la segunda mitad de sus veintes y escrudiñado por los reflectores más exigentes. El resultado es una versión superior de él a cada torneo.
En el Bayer ha asumido un liderazgo que solamente le habíamos visto en la Selección Nacional. Así, de pronto, es el principal eje en torno al cual se desplaza el equipo de la farmacéutica. Por primera vez desde el año 2011 es titular indiscutible sin necesidad de regatear o limosnear los minutos. Una posibilidad ante esa confianza hubiera sido verlo relajado, menos intenso, algo confiado, cosa radicalmente opuesta a lo que ha acontecido: su fe, sorprendente cuando no contaba para nada en Manchester o Madrid, es igual de inmensa cuando cuenta para todo en Leverkusen.