MILÁN. Ferrarri debutó en la Bolsa de Valores de Milán sufriendo con los altibajos que provocó el cierre prematuro de las bolsas en China e incluso fue suspendida su cotización cuando llegó a perder casi 4%, pero remontó en las últimas curvas de la jornada y atravesó la meta con una ganancia marginal que recordó la razón por la que las instituciones deportivas y el mercado bursátil no son los mejores aliados.

 

Desde luego, la marca italiana, que cotiza en Wall Street desde octubre pasado pero que confirmó con este acto su separación de su grupo matriz, Fiat Chrysler Automóviles, no es puramente un ente deportivo sino un poderoso actor en el mercador de la venta de autos de súper lujo. Pero sus orígenes se remontan a la pasión de Enzo Ferrarri, piloto de carreras en 1929. Sólo 18 años después comenzaría a construir autos deportivos para la venta al público.

 

La primera empresa deportiva que saltó a la bolsa de valores fue el equipo de futbol inglés Tottenham Hotspurs en 1983, lo que se llamó “capitalismo popular”, pero la aventura no le dio tan buenos resultados que terminó saliendo del mercado recientemente, debido a lo difícil que le era conseguir capital.

 

Fue hasta 1991 cuando le siguió otro equipo, el Manchester United, con un éxito muy destacado. Ese equipo, propietario de un magnate estadunidense, cotiza en la Bolsa de Valores de Nueva York y sus acciones no son las más apreciadas. La razón es que nunca ha repartido dividendos.

 

Existe un índice que agrupa a los equipos de futbol que cotizan en la bolsa. Es el Stoxx Europe Football, en el que se mide el rendimiento de 23 conjuntos, entre ellos los otros dos británicos que cotizan, el Celtic y el Rangers, ambos de Glasgow y en la Liga Premier Escocesa.

 

El Arsenal también cotiza, pero pone a la venta sólo una parte de sus acciones y sólo para especialistas. Según la prensa especializada, los equipos de futbol no son muy del interés de los inversionistas. Resulta que dependen mucho de sus resultados deportivos, lo que los hace poco predecibles. Así que los propietarios de esos títulos suelen ser fanáticos a los que no les interesa tanto ganar o perder, sino formar parte del club de sus amores.