Si al tema se le quiere ver con cierta distancia, como con ganas de lavarse las manos al ver los dólares por arriba de 18 pesos, entonces se asegura que el peso mexicano es una víctima más de la turbulencia mundial.

 

Hay quien prefiere torcer la lectura hacia el terreno de los partidos políticos y dice que ni Fox ni Calderón tuvieron un peso tan devaluado durante la primera mitad de sus administraciones.

 

Ambos argumentos son ciertos, pero parciales y poco ayudan para entender que lo violento de la caída de los mercados durante la primera semana de este 2016 debe provocar un cambio radical en las políticas gubernamentales.

 

Cada vez que hay una depreciación súbita de la moneda aparecen las gráficas donde el peso se ve fuerte frente a divisas como el rublo ruso o el real brasileño, es un mal de muchos que sí tiene un efecto paliativo.

 

El piso de los países emergentes ha crujido parejo y las consecuencias dependen de qué tan resistentes han sido los edificios económicos individuales.

 

Si nos asomamos por la ventana de nuestra casa mexicana veremos cómo allá afuera el gigante asiático que crecía a tasas de 11%, hoy tiene que maquillar las cifras de su caída económica. Vemos como devalúan su moneda como una herramienta comercial que desata los demonios de la guerra de divisas.

 

Vemos como el precio del petróleo sigue su caída en picada y sin tregua impulsada por un grupo de países productores que no recortan su producción y una economía global que no demanda combustibles.

 

Más cerca, pero también fuera de nuestro edificio vemos como la Reserva Federal ha emprendido la corrección de su política monetaria hacia un aumento en las tasas de interés.

 

Pero mientras ese es el panorama externo, al interior vemos una inflación en un impresionante mínimo histórico al cierre del año pasado de 2.13%. Vemos dentro de nuestra casa que el consumo crece, que las ventas mejoran, que hay expectativas de crecimiento mucho más altas que los tres años anteriores.

 

Pero así como quien sigue un túnel del Chapo hay que llegar a los cimientos del edificio mexicano para ver si el vendaval del exterior no hará sucumbir a la estructura.

 

Lo que vemos es que la caja cruje pero resiste, pero con vientos ya a niveles de 18 por dólar y barriles a 23, lo cierto es que hay posibilidades reales de una afectación a la economía mexicana.

 

No hay que perder de vista que entre los países emergentes similares a México la alta inflación es hoy una realidad. Hay que ver lo que sucede con  Brasil, Chile o Turquía para entender que la amenaza es real. Y las finanzas del país siguen recargadas en un ingreso petrolero hoy minimizado.

 

Hace falta una cara seria, preocupada, y un discurso contundente por parte de los encargados de las políticas fiscal y monetaria. Y una vez que se dejen ver muy atentos al tema hacen falta acciones mucho más fuertes y contundentes de acción, tanto del Banco de México como de la Secretaría de Hacienda.

 

Hoy, el dólar a 18 y el petróleo a 23 es un foco rojo para la economía que no se debe minimizar. Hay que ver cómo se paga la factura de una turbulencia mundial extendida y de larga duración.

 

Existen opciones fiscales y del costo del dinero controladas, o bien seguir con el no pasa nada y que la inflación y la desaceleración se encarguen del inevitable golpe.