La Reserva Federal de Estados Unidos de mediados de la década pasada llegó tarde con sus incrementos en las tasas de interés para combatir la inflación y contribuyó a la caída económica global.

 

Y si bien en la crisis tuvieron mucho que ver los negligentes de Wall Street, como recién los nombró Barack Obama, lo cierto es que el banco central estadunidense llegó tarde a las presiones inflacionarias derivadas del alto costo del petróleo, subió aceleradamente el costo del dinero y contribuyó a la gestación de la peor recesión mundial desde los años 30 del siglo pasado.

 

Durante los años anteriores el problema era para los bancos centrales de los países desarrollados. Era una complicación de la Fed, del Banco Central Europeo o del banco central de Japón saber qué hacer para reactivar sus economías desde esa trinchera monetaria.

 

Desde el mundo emergente había que administrar la abundancia. Los dólares llegaban a carretadas, apreciaban las monedas locales, permitía el aumento de las reservas internacionales y de paso despertaban los apetitos crediticios de las empresas que tenían a su disposición dólares a buen precio y tasas regaladas.

 

Pero una fiesta de esas dimensiones es inevitable que anticipara una cruda inversamente proporcional cuando se terminara la danza de los dólares, como todo el mundo sabía que habría de suceder.

 

Había por parte de países como México una aceptable preparación para enfrentar el escenario previsible: altas reservas, un crédito contingente del Fondo Monetario Internacional, una coordinación de reuniones de política monetaria, en fin.

 

Solo que resultó poco previsible que al cambio en la política monetaria en Estados Unidos habrían de sumarse otras calamidades como el derrumbe en el precio del petróleo y el traspiés económico de China.

 

En lo que va del año el escenario es diferente al previsto en el cuarto trimestre del año pasado. Hoy estamos inundados del pesimismo, nerviosismo y turbulencia.

 

Las reservas ahí están, pero no se usan en la medida del golpe que el dólar le ha dado al peso. Las autoridades financieras se ven dispersas, reaccionan de manera un tanto indiferente y hacen referencia al complejo momento desde el extranjero o en entrevistas banqueteras.

 

Hoy tenemos muchos análisis y noticias de China y el mundo petrolero y pocas señales desde las trincheras locales. Hace falta menos China y más Carstens.

 

El gobernador del Banco de México acaba de prometer en París, durante la reunión de banqueros centrales, que habrán de tomar medidas poco convencionales para enfrentar la turbulencia que más allá de la manifestación en los niveles cambiarios, estaría manifestándose en la salida masiva de capitales.

 

Esas medidas coordinadas entre los bancos centrales y poco convencionales de las que ahora habla Carstens podrían ya haber llegado tarde para evitar afectaciones económicas, pero siempre será mejor actuar que dejar pasar una nueva crisis que le pegue a la economía y las finanzas del país.

 

Pero todo empieza por las señales. Ya hace falta ver en las primeras planas algún anuncio conjunto del Banco de México y la Secretaría de Hacienda para hacer saber que ahí están, que tomarán medidas del tamaño del problema que enfrentamos y que manden a interiores las imágenes de la crisis de China o el petróleo.