NUEVA YORK. Primero llegó la fiebre por los “cupcakes”, luego nos presentaron una mezcla entre cruasán y dónut bautizada como “cronut”, y ahora, la última moda culinaria traída desde Estados Unidos es una rosquilla bañada en oro y champán por el módico precio de 100 dólares la unidad.

 

Cuando el chef Bjorn DelaCruz, del restaurante neoyorquino Manila Social Club, en el distrito de Brooklyn, añadió a su carta de postres esta exclusiva joya comestible sabía que el invento iba a causar bastante revuelo.

 

“La gente dice que esto es solo un truco publicitario. Yo me pregunto si es que los que critican nunca han querido regalar algo especial a nadie”, defiende el chef filipino, de 32 años, en una entrevista con la revista Forbes.

 

Tras darse a conocer en el periódico The New York Times a finales de 2015, DelaCruz presentó su reluciente bollo al blog culinario “First We Feast”. Desde entonces, es una de las sensaciones de Internet y ha recibido tanto reproches como aplausos por parte de aquellos que han podido probarlo.

 

El gurú culinario de la New York Magazine, Adam Platt, no tardó en admitir que el dónut es “sorprendentemente delicioso”, aunque aseguró que no pagaría los 100 dólares que cuesta la rosquilla barnizada con champán y repleta de una cremosa mermelada morada en su interior.

 

“Reconozco que es un manjar interesante, pero no mandaría nadie corriendo a comprar uno de ellos”, dijo Platt en su reseña.

 

El particular bollo solo está disponible los viernes, y puede recogerse en el mismo restaurante o pedirlo a domicilio y que el mismo DelaCruz lo traiga a casa. “Una persona adinerada de Texas nos pidió que le enviáramos un par de docenas, pero le tuvimos que decir que no”, explica el chef, “el dónut no iba a volar en un avión”.

 

Aun así, el cocinero filipino cuenta que cada semana agotan las existencias. Y es que más allá de venderlos por unidades, el famoso panecillo ha recibido tal cantidad de publicidad mediática que entre la comunidad sibarita de abultada cartera ya hay quien los pide por docenas.

 

 

La ventaja de pedirlos de doce en doce, aparte de su detallado envoltorio, es que hay un pequeño descuento en el precio.
Esta no es la única excentricidad culinaria que Nueva York ha ofrecido recientemente. Hace un par de años, la panadería Dominique Ansel Bakery sorprendió a todos con una mezcla entre cruasán y donut: el “cronut”.

 

La sabrosa y exitosa mezcla, a un precio mucho más asequible (cinco dólares la unidad), salió de los hornos de esta pastelería del Soho de Nueva York en 2013 y desde entonces tuvo tal repercusión que se ha exhibido en algunos de los foros gastronómicos y concursos de repostería más importantes.

 

Especializada en poner de moda cualquier tipo de producto, la gastronomía de la Gran Manzana también ha destacado últimamente por otro tipo de apuestas curiosas como la de WastED, un colectivo de chefs comprometidos con la idea de reducir los desperdicios de la hostelería.

 

Así, sirven platos de alta cocina a base de productos ignorados o desperdiciados por otros restaurantes. Es decir, las sobras.

 

El portal web del grupo presume de haber producido ya 10.000 platos en los que se utilizaron centenares de ingredientes “feos” que otros restaurantes descartarían, pero siempre “con un aspecto delicioso”.

 

Lo que está claro es que ya sean dónuts recubiertos de oro, champán y mermelada o cruasáns con forma de rosquilla, como recuerda el innovador chef filipino “al principio todos comemos con los ojos”.