Hasta diciembre pasado todos los reflectores del mercado se los llevaba la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y su largo proceso de cambio de política monetaria que inició con el aumento de un cuarto de punto en su tasa interbancaria en la última reunión de 2015.
Fueron por lo menos dos años tortuosos en los que había una tensión cotidiana para atender las cifras del comportamiento económico y entonces adivinar si la siguiente jugada de los banqueros centrales de Estados Unidos sería terminar con la fiesta de los dólares.
A mediados del año pasado la Fed dejó ver en sus comunicados la preocupación por el comportamiento de la economía global, su atención en la apreciación de su moneda, el dólar, y también su interés por la salud económica de China.
Con la mira en los temas externos, el abanico de la atención de los mercados se amplió de forma radical y con ello era más difícil predecir un aumento en la tasa de interés. Eso provocó más incertidumbre.
Por ello, en los comunicados del cuarto trimestre desapareció por completo el factor externo y llegó la advertencia de que sólo verían las cuestiones internas. Subió la tasa en diciembre y entonces se planteó la expectativa de esperar unos tres o cuatro aumentos en 2016.
Pero la realidad es terca y nadie esperaba que el arranque del año fuera tan violento. La combinación de malos datos económicos chinos, con el derrumbe de los precios del petróleo y la aversión al riesgo han hecho de este primer mes del año uno negro.
Es por ello que ahora que están reunidos los banqueros de la Fed, seguramente lo que más deben ponderar es el impacto externo en su propia economía. Desde los efectos negativos de tener una moneda tan fuerte, hasta la crisis financiera de la industria energética estadunidense y por supuesto los impactos comerciales del deterioro de China y el resto de los mercados emergentes.
La inflación no es un problema en Estados Unidos, tanto la medición de precios que toma en cuenta la baja de los precios de las gasolinas como la que se concentra en el corazón inflacionario muestran comportamientos muy planos y más cercanos al 0 que al 2.0%.
La inflación de los productores está más en línea con la meta de la Fed, pero la baja demanda, la caída industrial y el bajo uso de la capacidad instalada, dan mucho margen para evitar un traspaso del productor al consumidor final.
La creación de empleos se ha moderado, el consumo y la confianza del consumidor tienen alzas modestas y el sector industrial está en recesión.
La Fed pues, puede hacer mucho por la economía del mundo si se decide a ser clara. Anunciar una tregua en su corrección de la política monetaria ayudaría a calmar a los nerviosísimos inversionistas que huyen despavoridos de los mercados, incluso los más estables entre los emergentes.
Si la Fed adelanta que la mala condición económica requeriría incluso repensar la dirección de su política y se vuelven a vestir con el traje de palomas monetarias, podrían generar señales que tranquilicen a los mercados.
Colaborarían con la estabilidad financiera mundial, pero aun sin pensar en todos los demás, los banqueros centrales de EU tienen que pensar en la debilidad de la economía estadunidense que podría acercarlos al terreno del debilitamiento de su recuperación.