Hace una semana compartía con ustedes una reflexión sobre la necesidad de que el Banco de México mostrara su preocupación por los crecientes desequilibrios de las finanzas del país.
Afortunadamente así lo hizo el banco central tanto en su comunicado de política monetaria como su gobernador de manera individual.
La realidad es que Agustín Carstens lleva varios meses advirtiendo las consecuencias de los desequilibrios fiscales en la economía mexicana.
No suena a casualidad que en el comunicado de política monetaria de la semana pasada se hablara de la necesidad de cambios y justo hoy viene ese primer paso de poner a un experto en reajustes presupuestales al frente de esa empresa.
Es el primer paso de tratar al menos de mandar un guiño de responsabilidad fiscal a los cada vez más inquietos inversionistas.
Y no es para menos, no hace falta más que recordar qué le ha pasado a este país en otros años cuando se deja caer en la comodidad de la deuda y el gasto por no hacer lo correcto.
Suena a prehistoria, pero la crisis de mediados de los 90 fue causada por eso y las consecuencias fueron terribles.
No aprendimos entonces a hacer los cambios estructurales que reforzaran las finanzas públicas, pero al menos desde entonces a la fecha las autoridades mexicanas y el Congreso se fijaron como mantra que si nos habríamos de mantener en la mediocridad de la dependencia petrolera y un mal sistema fiscal, al menos tendríamos una ley que obligara al equilibrio.
Eso puede no notarse hasta que la terca realidad se encarga de ello. En el vuelo a la calidad en el que estamos, los capitales se vuelven quisquillosos con las economías emergentes. Y México hoy puede ser colocado de lado de los países con riesgo ante ese 3.5% de déficit fiscal y ese acelerado ritmo de endeudamiento que ya va cercano al 50% del Producto Interno Bruto y todo con una de las tasas de recaudación más bajas de ese grupo de emergentes.
Ya no importa si cae bien o no entre los funcionarios del gobierno federal que desde el banco central les adviertan sobre los desequilibrios y los riesgos que se están provocando.
Lo importante es que no se hagan oídos sordos ante la advertencia de la urgencia de bajar los gastos para evitar que tengamos que enfrentar una degradación crediticia que nos cueste muy caro.
Al menos por ahora desde la junta de gobierno del banco central, donde hay autoridades monetarias y fiscales, mandan la señal de cuidar los gastos en Pemex. Algo que no es nada sencillo porque es una entidad acostumbrada al despilfarro.
Pero a pesar de esa coordinación de hablar de un recorte al gasto, ya no hay autoridad monetaria, mucho menos fiscal, que hoy se atreva a hablar de lo verdaderamente necesario: una reforma fiscal profunda.
Todo por ahora parece quedar en mandar al experto en recortes a Pemex, prometer ajustes en los gastos del próximo año. Pero de hacer lo correcto con una reforma que corrija las grandes avenidas de evasión, ni hablar.
Aunque sea por ese camino de los parches y las soluciones tibias, pero vaya que urge no echarnos la soga al cuello.
Porque ni las firmas calificadoras ni los operadores financieros se van a tocar el corazón y van a ser condescendientes con la lluvia de explicaciones políticas que nos dan a los incautos ciudadanos.