Si el éxito de un reality show depende de su capacidad de innovación, de hacerse más extremo, de asomarnos con mejor vista y mayor precisión a la vida de los otros, Rob Gronkowski ha vuelto a triunfar.
Que éste, el mejor ala cerrada de la liga, vive en un universo muy divertido pero alterno, ya se sabía. A la par de sus espléndidas actuaciones en la NFL, de las anotaciones a pase de Tom Brady, de los logros deportivos, el jugador de los Patriotas de Nueva Inglaterra nunca ha tenido problema en admitir su pasión por la fiesta, por la vida de noche, por bailar exóticamente en donde esté (colgado del camión en celebraciones de su equipo, en las gradas de juegos de baloncesto, como DJ en antros, incluso en las piernas de una reportera en pleno programa de televisión).
Semanas atrás se refería, no con poca gracia, a la noche en que se convirtió en stripper durante la despedida de soltera de una amiga. Eso fue en el pasado, antes de los millones y la fama, aunque desde entonces sólo ha cambiado una cosa: el presupuesto y la repercusión de los que dispone cada que se ingenia una nueva manera de divertirse.
A conceptos ya explotados como “El verano de Gronk”, a capítulos de telerrealidad en los que es grabado con sus hermanos, a proyectos para definir su vocabulario como el “Gronkcionario”, se añadió el crucero más peculiar que el medio deportivo haya conocido: el Gronk´s Party Ship zarpó de Miami rumbo a Bahamas, con la promesa de incluir 13 bares y a la estrella del futbol americano como anfitrión. Cientos de sus seguidores y su familia en una desenfrenada fiesta por los mares, con destino a la denominada Gronk Island. El mismo Gronkowski ha sido observado en multitud de videos bailando en el barco y hasta ofreciendo dinero a alguna pareja para que tenga relaciones en público. ¿Pena o afán de bloquear imágenes hacia el exterior? Todo lo contrario: sus propias redes sociales han garantizado al mundo una amplia ventana a lo que sucedía a bordo.
Conocido su soberbio rendimiento en la NFL, lo que haga en su vida privada y con la temporada tan lejos de comenzar, no es más que cosa suya (o del comisionado de la NFL, a menudo acusado de puritanismos y dobles morales). Lo llamativo es que ha nacido otra variante de Big Brother; ya no sólo ver a la súper estrella en su rutina diaria o en sus borracheras, sino por unos días integrarse a su vida: beber con él, fiestear con él, divertirse con él.
Una especie de Disneylandia, cuyo personaje principal es Rob Gronkowski y cuyos actores de reparto son cientos de devotos portando su uniforme en toda parranda y a cada botella (otra dinámica era tomarse una copa de fondo, como requisito para sacarse una foto con el jugador).
¿Innovador? Sí. ¿Más extremo? También. ¿Con mayor cuota de realidad? Sin duda. Todo lo que un reality show, urgido de elevar audiencias y generar debate, necesita.